SeguÃa dándole vueltas a la entrada de la semana pasada, donde hablaba de la importancia de lo que los niños «beben» en sus casas, en su infancia, para la conformación de su personalidad, cuando recordé uno de los pabellones auditivos que escribà cuando era una plumilla en un periódico local.
Buena parte de la melancolÃa de aquella época en la que escribÃa es la que me ha traÃdo a este rincón, que intento alimentar a trompicones, con más deseos que posibilidades; con más entradas en la mente y en la moleskine que aquÃ, donde tendrÃan que estar; con más borradores a medio enjaretar que entradas completas.
Y como me ronroneaba aquel pabellón, como no he tenido tiempo de completar ideas incompletas, como he podido recuperar algunos por la ayuda de una buena amiga que ha hecho prospección en los archivos de mi vieja casa, y como tiene cierto hilo conductor con la última entrada, os la dejo aquÃ, hasta que pueda dejarme caer un rato por estos lares.
Tengo un vicio confesable
TAITE CORTES Â Â 15/02/2004
TENGO un vicio confesable: soy una cotilla redomada. Y, entre muchas costumbres más o menos afeables, no hay casa en la que entre sin pararme a escudriñar los cedés que acumulan sus dueños en las estanterÃas -también me pirran los libros , en los hogares en que los encuentro-. Y es que soy de la absoluta convicción de que la discoteca y la biblioteca de uno dice más de lo que se piensa y se puede llegar a entender algo más -saber todo es pura utopÃa- de la personalidad del otro si se conocen sus gustos. Pongamos mi caso: tengo mi colección de discos como un tesoro aunque reconozco que la selección es de lo más paradójica porque al lado de todos los de Dulce Pontes -ya confesé aquà lo que significaba para mà – descansa el último de Chano Lobato; y mi Ruibal comparte estanterÃa con Gloria Gaynor o Mago de Oz. Saquen sus propias conclusiones. Pues entre tantos luismigueles, más ubagos o toda la caterva de triunfitos con los que, descorazonadoramente, me llevo encontrando desde hace tiempo en baldas ajenas, hace poco he descubierto un verdadero filón. Llegué a una casa nueva: un amigo de una amiga. Y apenas me paré delante de su mueble y eché una ojeada, me sonreÃ. Entre mucha buena música -una apreciación personal- descubrà tÃtulos que me llegaron al alma: Un agujero en el cielo, de Esclarecidos, y El arte del sabor, un delicioso disco de Bebo Valdés. No puedo evitar verlo con otros ojos porque para mà la música es un vÃnculo diferente. Y he comprobado que puedo echar interminables ratos hablando de discos. No sé si, como dijo Rick, éste es el inicio de una gran amistad, pero sà que tengo claro que es un buen comienzo.Â
Mi comentario no será una gran cosa, pero si no te lo vuelvo a escribir reviento, y no es plan. Me encanta que sigas rescatando los pabellones auditivos. Me gustan muchÃsimo.
Gracias.
Estoy con Pilar, me encanta que sigas rescatando los pabellones auditivos asà que no dejes de hacerlo!
Los otros post, esos que tienes en mente o como borradores en tu moleskine, ya irán saliendo, poco a poco, a su tiempo, y seguro que son maravillosos, como todo lo que escribes. Porque, ¿sabes una cosa? Leerte es todo un placer.
Un beso y un abrazo enormes!!!!!
Muchas gracias a las dos. Seguiré rescatando los que tengo en la recámara y completaré, cuando pueda, las entradas que tengo en mente. Sólo por teneros por aquà merece la pena este rinconcito.
Jajaj, Lo mismo que tú, que los discos y los libros de una casa, te relatan a gritos, la condición de sus habitantes, y que por supuesto, mi colección de discos es bastante parecida a la tuya.
Un abrazo
Mercedes
Al final son las inquietudes. Gracias
Cielossss, no te invitaré a casa jamás en la vida. Reconozco que soy una inculta musical total y, asà como en mis estanterÃas se acumulan miles de libros, creo que la música brilla por su ausencia. Sólo tengo unos cuantos CD para hacer gimnasia, ejem, ejem
Jaa. Yo por conocer al Terro y Susanita hago lo que haga falta… ¡Hasta no cotillear! Y los libros también valen… mucho… Y ni caso que son mis cosas. Y gracias 🙂