Dos años de lactancia

No tenias ni una hora de vida cuando te acercaste a mi pecho y pusiste en marcha todos los engranajes reflejos que te llevaron a mamar. Recuerdo la emoción, las lágrimas, la felicidad. Nunca quise ponerme enormes retos en esto de la lactancia: había tenido amigas que habían terminado con una enorme frustración, en ocasiones patológica, y no quería verme así, de tal manera que solo me repetía: llegaremos hasta donde podamos y bueno será.

Hace poco más de una semana cumpliste dos años y justo ese día fue el último que me pediste teta para dormir.

Desde aquel momento en que descubrimos ambas la lactancia hasta tu último buchito para dormir han pasado dos años completos; los seis primeros de lactancia materna exclusiva; un banco de leche que nunga agotamos porque llegó el confinamiento y pude continuar fácilmente dándote el pecho, aunque no me quitó de algunas jornadas de sacaleches en el AVE y de ingurgitaciones en las reuniones y de extraerme en casi cualquier sitio. Hemos tenido reuniones virtuales donde enfocaba a la cara y no a la pequeña bebé que bebía de mis pechos en el transcurso, hemos sacado la teta en cualquier sitio donde se te ha antojado, hemos salido andando con la teta fuera sin darme cuenta. No he tenido ni una grieta, apenas una obstrucción, ni una complicación señalada, en una lactancia que ha sido fácil en lo técnico (hay muchas madres que tienen una lactancia realmente peleada), pero difícil en lo emocional, sobre todo en los últimos meses.

Ha sido muy emocionante proveerte de alimento, de hidratación, de cariño, de consuelo, de cercanía, de calor, de protección, de anticuerpos… de todo lo nutricional y emocional que compone la leche materna y el acto de amamantar. Ha sido muy tierno tenerte en mis brazos y disfrutarte y disfrutar de ese momento nuestro. Pero también ha sido muy duro y muy contradictorio porque las noches sin dormir se prolongaron y sentir que todo el peso de tu sueño caía en mis pechos se me hizo bola; porque sentir que no te relacionabas conmigo sino era a través del pecho me frustraba; porque comencé a sentirme invadida en mi propio cuerpo y esa sensación dejó de gustarme. Quería seguir dándote el pecho porque sabía los beneficios que te aportaba, pero comenzaba a no estar cómoda y a tener rechazo por la lactancia; supongo que es lo que llaman agitación por amamantamiento. Así que decidimos comenzar un destete paulatino y sin prisas, que nos permitiera irnos acomodando a nuevos escenarios menos demandantes: destete nocturno primero, ir quitando tomas durante el día… Cada paso que dábamos permitía un respiro en mis sensaciones y prolongar algo más nuestro vínculo, hasta que has decidido que hasta aquí has llegado. Han pasado más de seis meses en todo este proceso y siento que lo hemos conseguido juntas y que nuestro vínculo sigue aunque de otro modo.

Ahora te sigo acompañando en el sueño, pero te cuento cuentos que riman entre susurros; ahora te sigo consolando, pero te abrazo y te beso y te digo que te quiero.

Hoy tengo algo de nostalgia porque sé que no voy a amamantar más, porque mi bebé ha crecido y ha pasado una etapa; pero también siento un enorme alivio porque me he desnudado de todos los sentimientos que me estaba produciendo la lactancia. Gracias a Nacho, que ha estado ahí siempre, intentando entender el mar de contradicciones que yo era, intentando apoyar en lo que pudiera, intentando no estorbar cuando tocaba, con su paciencia infinita, con su ternura infinita, con su apoyo incondicional, aunque a veces no entendiera nada.

No me puse metas enormes en esto de la lactancia, pero poco a poco hemos ido los tres pasando etapas hasta cumplir estos dos años que espero que entiendas algún día como un regalo, que es como lo he vivido yo, un regalo para los tres. Dos años completos, tal y como manda la OMS, que no podemos ser mejor mandadas.

Dos años que yo no olvidaré nunca, con todas las contradicciones.

Muchas gracias a las mujeres de Regazo por tanta sabiduría, empatía y sororidad. Enorme red de soporte la que se teje a diario con manos de mujer.

Enlazadas por las palabras

«Ya tienes edad para leer a Camus», y con esta frase iniciática puso en mis manos sus obras completas que devoré antes de poder ir a un bingo o conducir. Ya antes me había surtido con devoción fascicular de la primera biblioteca Alfaguara que fue coleccionando para mi y que me permitió cuando era prepúber, púber y postpuber libros que me han marcado aún hoy como «Momo», «La Historia Interminable», «Matilda», «Cuando Hitler robó el conejo rosa», «Las Brujas», «El pequeño Nicolás». Aún conservo esta primera biblioteca que forma parte de mi actual biblioteca como un prólogo acotado y naranja de todas las lecturas que vinieron después.

Desde que escribí una lista de la compra con apenas tres años donde un dificultoso «Taifol» sigue dando un toque exótico a la enumeración de vituallas cotidianas y cuyo original conservaba orgullosa, mi relación con mi tía Mari Paz siempre ha estado enlazada por palabras, por palabras escritas, por las que le hacía llegar en postales pero, sobre todo, por las palabras que han ido y venido en los libros que hemos compartido, que nos hemos regalado, que nos hemos prescrito y que hemos comentado. Libros que siguen formando estalagmitas en su salita en un orden que sólo ella conocía pero que le permitía identificar sin dudar dónde estaba aquél que andaba buscando. Libros que daban calidez a una cueva de historias, acotadas en esta pequeña habitación, que solía ojear con curiosidad buscando algún nuevo descubrimiento o alguna curiosidad a rescatar. Libros con los que me fue llevando de la mano en mi vida lectora y que nos fue nutriendo en lo individual y en nuestra particular relación tía-sobrina.

Probablemente nuestra pequeña historia con los libros no esté reflejada en «El infinito en un junco», la obra que actualmente ocupa mi mesilla y mis robados momentos de lectura, pero bien podría estar. Porque este ensayo desprendido de toda prepotencia y aridez no es más que una declaración de amor a las palabras y a su recolección en el formato libro, que nos ha alimentado desde las tablillas y los papiros. Por eso, en cada idea que se recoge en esta historia y que paladeo con admiración, se me viene a la cabeza mi tía Mari Paz y su amor por las palabras; mi tía Mari Paz y cómo me supo contagiar de su amor por las palabras.

Me imagino los cuerpos de Levy, esos que están descomponiendo su mente, como unos bichos comepalabras que se han ido alimentando de todas las que se acumularon en su memoria, en sus recuerdos, en los resquicios donde se localizan las cosas que de verdad nos hacen felices; y que en esta bacanal devoradora han provocado que ella ya no se reconozca ella como la lectora voraz que ha sido. Pero yo la sigo mirando como la persona que me cogió de la mano en mi vida lectora, la que me dijo «ya tienes edad para leer a Camus» y me enseñó a amar los libros, un amor que reconozco en cada resquicio de «El infinito en un junco» y que me habría encantado que ella hubiera podido leer porque se sonreiría en cada página como yo lo he hecho .

(Necesitaba escribir esto hace unas semanas, que sea el Día del Libro sólo me ha empujado a hacerlo en este marco, a modo de homenaje)

A madre

Regalo del Día del Padre

Hace siete meses que una enana me cambió: cambió mi vida, mi definición. Tres kilos y 50 centímetros me hicieron pasar de novia a madre; o me añadieron a la definición de novia, la de madre. Aún ando acostumbrándome a ello y lo verbalizo en tercera persona más por reconocerme yo en una palabra tan grande que por enseñárselo a una persona tan pequeñita.

Hace siete meses que una enana te cambió: te pasó de novio a padre, aunque padre ya eras, ya eres. O digamos que te añadió a la definición de novio y padre, la de padre conmigo. Y menudo cambio. Sus pequeñas manitas han tejido entre nosotros unos hilos férreos e indisolubles que nos unirán para siempre; unos hilos pesados que nos llenan de responsabilidad.

Pero sé hoy y siempre que eres el mejor padre que puede tener. Y te miro y te admiro, cuando cada mañana os dejo dormidos en la cama que abandono mientras te dedicas a su cuidado; cuando le hablas con esa ternura infinita y concluyes: «menuda personaja», cuando le bañas con mimo, le vistes con combinación imposible de colores, cuando te veo sonreír y reírte cos sus ocurrencias

Y me llenan más a mi cada uno de los te quieros con los que le rocías, cada uno de los besos que le repartes, cada achuchón, cada caricia, cada risa. Y me llenan más a mi porque alimentan mi certeza de que hoy y siempre Guadalupe, como sus hermanos, tendrán el mejor padre del mundo. El que acompaña las tareas, el que inventa actividades e idea visitas para que cada día sea una sorpresa, el que hace paquetitos con la toalla al salir de la ducha, el que busca las cosquillas y el que viste de extraordinario cada hecho cotidiano con su tono de incredulidad. Podrán pasar cosas entre nosotros, podremos llegar a no querernos, pero nada cambiará en tu relación con ella. Lo sé porque lo veo cada día con sus hermanos.

Y cierro los ojos con cada gesto que te veo porque quiero quedármelo para siempre, porque soy tan egoísta que no quiero que la enana crezca, porque quiero seguir muriendo de amor mirándote con ella, viéndote en ella. Y cierro los ojos porque quiero que nada cambie, quiero que este nosotros se estanque y sigamos disfrutándolo, como en estos días de confinamiento que nos han traído conciliación por Decreto Ley.

Muchas veces te miro y te doy las gracias. No sé si lo adviertes porque es una mirada sutil, es un resquicio que se escapa de entre tanto agradecimiento que tengo en mi. Porque me buscaste y me encontraste, porque me acompañaste de la mano sin dejarme nunca, porque me mimas, me besas, me respetas. Porque llegó contigo el mejor compañero, pareja, padre, comprometido, feminista, sensible, responsable. Pero si te miro muchas veces y te doy las gracias es, sobre todo, por querer compartir esta responsabilidad-experiencia-maravilla conmigo, por hacer que hace siete meses una enana me cambiara la vida. Por transformarme de novia a madre, por transformarme en madre, además de novia.

Resulta que es fácil

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Veo corazones por todos lados (de mi IG)

Nunca nadie quiso quedarse. Nunca nadie despertó mi inquietud para compartir espacios, vida y actividades.

Nunca. Nadie. Idas y venidas tormentosas. Relaciones compartidas -injustas y tóxicas- usurpando tiempos y conformándonos con lo mínimo. Amores dubitativos, nuevos conceptos que retuercen algo tan simple como estar. Barreritas que se ponen a la cotidianidad. “No te enamores” de quienes se suben a la atalaya de la condescendencia, de la superioridad del no sentir.

Nunca. Nadie. Amoríos trashumantes, noches finiquitadas y poca opción a asentar elementos que pudieran unir más allá del desayuno.

Y una vida llena, a pesar del vacío que todos ven. Llena de ratos con mis amistades, de risas, de viajes compartidos; llena de libros, de música, de chocolates en Le Poeme; llena de actividades propuestas y a proponer, de exposiciones. Llena también de cosas: de ropa, de recuerdos de viaje, (también aquí) de libros. Llena de ganas de estar y de ser. También madre.

Porque estar sola y disfrutarlo es una opción. Porque estar sola y vivirlo hace que te plantees mucho renunciar a todo lo que te aporta estar sola en caso de que llegue alguien que te acompañe.

Y nunca nadie quiso acompañarme.Y nunca por nadie quise renunciar a mi vida llena.

Pero resulta que es fácil acompañar y hacer hueco. Resulta que es fácil compartir y estar: sin barreras, sin renuencias, sin advertencias, sin atalayas. Y no por ello renunciar a tu vida llena.

Resulta que es fácil deshacerse de cosas, acomodar armarios, hacer de mi casa nuestro hogar, planificar actividades. Resulta que es fácil, que no hay tormentos, ni toxicidades, ni dudas; que todo fluye y encaja. Resulta que era fácil también dejarse ayudar y apoyar; y dejar de demostrar que se es capaz de todo.

Y aquí ando hoy con medio armario menos, pero con lecturas y músicas añadidas. Redecorando una casa que tiene uno, dos o cuatro habitantes dependiendo del día del mes, pero que está llena de complicidad, independientemente de quien esté. Un espacio vital que alberga trabajo, tareas escolares y tardes de parchís, cuando sólo estuvo pensada para uso exclusivamente unipersonal.

Y aquí ando yo, pintando de colores la palabra “madrastra”; llenándola de besos, de risas y de generosidad. Y conste que la generosidad es la de ellos tres. Porque hacer hueco en una casa es nada si se compara con hacer hueco en una familia.

Y aquí ando yo, comprando belenes y adornos de navidad, descartando también mi faceta de Grinch (de Greenwich, que me dice Mónica) porque sé que esta navidad es para ellos.

Y, sobre todo, resulta que es fácil acompañar sin renunciar a ser tú, todo lo tú que eras antes de ser acompañante, sin renunciar a lo esencial que hizo que se acercara, que nos unió. Acompañante, mejor que compañera, porque quiero renovar cada día la vocación de estar y compartir, de sentir y reir, de disfrutar;quiero que no decaigan los nervios por verle o la ilusión de contarle cosas porque nos coma el día a día.

Así que, aquí ando yo, brindando por lo vivido y por lo que queda. Por los besos a deshora, el acompañamiento a 600 km, la vida compartida. Brindando por la puntualidad de renfe, las listas de la compra del iphone, los libros regalados, las canciones bailadas en el salón, los coloretes pintados; por los sitios descubiertos y por descubrir, la bebida, la comida. Por los amigos compartidos, las bodas, los ramos, las risas, los llantos. También por las dificultades, que nos robustecen y consolidan, reafirmándonos en que estamos justo donde queremos estar.

Así que, aquí ando yo, brindando por la calidez de su cuello, la que me habla de hogar, de paraísos, de refugios. Así que, aquí ando yo, brindando con chocolate de Le Poeme, el mismo que, vestido de anonimato, me convirtió en acompañante.

P.D: Artículo publicado en la revista Lamuy nº 16 en febrero de 2019 pero escrita en noviembre de 2018 (contextualícense las referencias navideñas)

El hombre de la mujer mojarrita

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Pancarta en el 8M (de mi IG)

Hay un hombre para la mujer mojarrita, un hombre que sabe y que espera, que no asfixia pero está siempre ahí, que no constriñe pero acompaña. Es consciente de que su hábitat (el de ella) es el mar y la libertad pero también de que concibe la lealtad como la cualidad que rige su mundo y nunca le fallará.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que camina siempre con ella, hombro con hombro; que la mira de frente, que evita la condescendencia, el paternalismo, la protección. Tan malo es mirar de arriba hacia abajo como de abajo hacia arriba cuando se reconoce ante una igual.

Hay un hombre para la mujer mojarrita que también cede el paso. Y no por caballerosidad sino porque sabe cuándo es el su momento (de ella), entonces se retira discreto y contribuye desde un segundo plano a que se desarrolle y sea.

Hay un hombre para una mujer mojarrita orgulloso de mujeres que luchan, que piensan, que tienen conciencia, principios, independencia y poderío. Que no se siente amedrentado sino feliz. Que se asombra de las imágenes sin mujeres, que corrige los tics más profundos que habitan en el subconsciente con una tozudez que emociona.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que comparte listas interminables -de compras, de temas pendientes, de estocaje-, que se implica sin atosigar en los proyectos más vitales, que disfruta planificando en un día a día de pura logística compartida.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que propone más actividades que días libres tienen, que copa la agenda de exposiciones por ver y conciertos por susurrar, que tiene previstas ferias, fiestas y saraos porque disfrutar es también hacerlo juntos.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que se sabe sensible, que siembra de detalles el día a día, que se escapa a seguir regalando chocolates sólo porque sabe cómo le hace a ella de feliz. Un hombre que riega de carcajadas unas ocurrencias y se descubre temblón con las otras, sin ocultar ni un ápice las emociones que experimenta.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que baila en el salón, acapara la cocina, calienta la cama y le canta pasodobles para despertar.  Que le descubre que ella es una mujer mojarrita, quizás la mujer que siempre soñó ser, quizás la mujer por la que siempre peleó ser, quizás la mujer en la que ni ella misma habría osado reconocerse si no le cantara siempre el pasodoble para despertar.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que es acompañante, mejor que compañero. Porque frente a largos plazos, es capaz de despertarse cada mañana renovando su compromiso y la vocación de estar a su vera, acompañarla un día más en toda su complejidad y construir ese largo plazo desde un osado día a día.

Disculpas a Miguel Ángel García Argüez por retorcer su maravilloso concepto de mujer mojarrita de esta manera

A dildo muerto

 

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Ilustración publicada en Lamuy para acompañar este artículo 

El día en que me vi mirando atónita el averiado dildo sin saber en qué cubo depositarlo, entendí que lo de reciclar se me había ido de las manos. Mi conciencia social y la imagen de una tortuga atacada por un objeto fálico flotante me podía.

Sigue leyendo aquí (tercer artículo publicado en Lamuy)

Porqués y zarpazos

13335747_10208597732248231_6655785112544221430_nEn ocasiones me revoloteaban como pequeños abejorros que intentaba despejar a zarpazos. Eran momentos, apenas unos instantes, en los que me tentaban, me acechaban antes de que consiguiera hacerlos desaparecer.

En ocasiones regurgitaba algunos porqués. Por qué si no querías una relación… Por qué conmigo no… Y les acompañaba la tentación echar mano del flagelo con el me castigo sin piedad en cuanto se tercia.

Pero los despejé a zarpazos, me los quité de encima con determinación, no dejo que se posen ni reposen. Porque los porqués no tienen sentido ni las respuestas rebajan la añoranza, porque saber no ayuda a superarlo ni cambia en nada los ser, ni los estar, ni los quedarse, ni los irse.

Porque querer estar -o ser, o quedarse, incluso irse- es una opción ambivalente y reversible. Y revisable. Y revocable. Sin que medien motivos ni explicaciones, ni excusas. Porque se quiere o no se quiere -ser, estar, quedarse o incluso irse-; o se quiere ahora, pero mañana no; o ni hoy, ni mañana. Y es voluntario. Y cuando la voluntad se viste de no, qué mas da por qué.

Sólo queda aceptar, replegar, asumir y mirar para adelante. Y mantener intacto el cariño y el respeto. Y despejar a zarpazos los porqués que en ocasiones revolotean como abejorros, y la tentación de flagelarme. Porque no cabe rencor en el mundo de la voluntad, no cabe reproches donde no hay ataduras, no cabe reclamar si uno de los dos se planta.

Porque los motivos no rebajan las añoranzas, que han de pasar. Toca mirar hacia adelante sin que nada lastre tus pasos, los que necesitas para caminar tu vida con la libertad que da desprenderte de todo. También de los porqués.

Lo epidérmico

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Siempre mirando para otro lado (de mi IG)

Mi Cádiz está estancada, con unos niveles de desempleo inasumibles, una brecha social devastadora, una juventud sin futuro y un desarrollo mal gestionado; pero nos enredamos toda la semana hablando de la culpa de unas mulas en el deslucimiento de una procesión Magna Mariana, que como título de tesis tiene su aquel pero como tema de actualidad da mucha vergüenza. Da igual si el problema son las acémilas en sí o que los cargaores no quieren llevar los pies llenos de boñigas… se trata de echar horas hablando de lo epidérmico y obviar el fondo: antes fue la fecha fija o no para el Carnaval, el adiós a las ninfas y las diosas o hasta el nombre del Estadio.

Nos enredamos en debates nimios mientras se nos cuelan por las rendijas del día a día subvenciones que se pierden por inoperancia, proyectos que no llegan por indolencia, o mi eterno conflicto: el peaje, que no nos lo van a quitar sin que hagamos nada por pelearlo. Ahí está todo. Qué más da. Lo que importa es la procesión de vírgenes reunidas y la ausencia del Rocío por muleros motivos.

Así es Cádiz. Mi Cádiz. El que amo tanto como me duele. Y que no es tan diferente del resto aunque sí más exagerado. Porque en españa andamos que si gana o no el Real Madrid la liga, si a una famosa le ha dado un chungo que retransmitimos en directo con todo lujo de detalles, o las peleas fraticidas que desmontan ideologías; mientras nos acostumbramos con una capacidad de adaptación qye habría asombrado al propio darwin a que se destape la corrupción sin que nos duela ni nos huela (o mas bien nos apeste); sin que la combatamos ni nos indigne. Pero las mulas sí, menuda desfachatez.

Yo sí que quiero una moción de censura. Pero de la realidad.

Esta columna de opinión tiene la firma de Taite Cortés y se emitió en el programa Al Liquindoi de Canal Sur Radio el 23 de mayo de 2017