No contadme que Los del Perchero están ya en Encarnación y que su repertorio es otro despliegue de ingenio y brillantez. O bueno, sí. Contádmelo. Y mandadme fotos. Y vídeos. Y audios.
No me insinuéis que las palmas y los tangos se arremolinan por la calle Londres, bajando para la plaza, llegando hasta entrado Hospital de Mujeres. O bueno, sí. Insinuadlo. Gritadlo. Y que las falsetas viajen y crucen el atlántico para que me erice la piel tan lejos de Garaicoechea.
No buscadme en el callejoncito de la calle Rosario, justo al pairo del Levante del Café para ver de qué van este año los Suspiritos de España. Ni mandadme, porque no van a estar, las coplas de los inquilinos de la calle Valenzuela, esos Guatifó (que fueron universitarios, texanos con casinos, banqueros, espías, soneros o fumadores empedernidos) , cuya ausencia este año va a ser mucho más notoria y notada que la mía. Pero no más dolorosa.
Porque la nostalgia lleva días agarrándome en la garganta y bañándome las mejillas. Porque es la primera vez en mi vida de gaditana militante, la primera vez, en la que no estoy arremolinada en las calles para empaparme de coplas y beberme Cádiz en esos rinconcitos que tú y yo sabemos. Porque si bien es la única religión que me permito, perderme esa liturgia sin horario ni sede, duele. Porque esta fiesta loca y libre, ingeniosa y desbordante, es una parte de mi de la que no puedo despojarme.
Y eso que he tenido una buena ración de Carnaval. Sin transistor, ya. Con app y web. Y he tenido cada día un poco del Gran Teatro Falla en el Gran Teatro Molière en el que, entre reunión y reunión, le daba al volumen para enganchar las coplas que pudiera y me dejara los inconvenientes de que el 3×4 suene en otro huso horario. Y eso que he tenido toneladas de cariño del grande, vía app y web, vía twitter y facebook, gracias a Juan, a Javi, Ana y todos los que me han hecho sentirme allí, aunque siguiera aquí, Gavilán Pollero incluido. Y eso que en nuestro grupo de whatsapp estaba on fire comentando las coplas y los cotilleos. Y eso que #lamiamamma me tuvo bien al tanto de la Gambada, el estreno del coro callejero y las glorias de mi hermanito.
Agradezco todo eso. ¡Qué más quieres, Baldomero! Pero necesito más. Necesito encaramarme al palco descubriendo letras y advirtiendo detalles, dejarme llevar por las palmas del teatro, sentir la emoción de los fallos, incluso soltar pamplinas varias a esa alcachofa a la que me había acostumbrado. Necesito sonreírme con los guiris que ya van vestidos de presos o médicos en la mañana del sábado (cosa que sólo hacen los de fuera mientras los de Cádiz vamos a desayunar donde siempre). Necesito despertar el domingo sabiendo que volveremos a quedar tarde, como siempre, pero que Soco, Salu, Pepe, Paz, Ana, Mónica, tal vez Charo e incluso Anago se van a venir y vamos a buscar juntas dónde están las callejeras, cerveza en mano y risa puesta. Necesito reservarme el lunes, ése que ya sabía mi jefa que era impepinable. Y necesito apenarme el Domingo de Piñata. Qué pronto acaba lo bueno. Y desear que llegue el Carnaval Chiquito para despedirme hasta otra.
Prometo dejar de llorar. ¡Qué contradicción en la fiesta de la alegría! Prometo soltar el apipirigañamiento y alegrarme. Y disfrutar con todo lo que me compartáis. Y con que queráis que en cierto modo lo viva yo con vosotros. Tan lejos. Y prometo, como Scarlata, (y cambiando el nabo -blam blam- por un plumero, más dos churretes en la cara) que nunca más volveré a pasar… los carnavales fuera. Ni una más, Cádiz. Como ésta, ni una más.