Dos años de lactancia

No tenias ni una hora de vida cuando te acercaste a mi pecho y pusiste en marcha todos los engranajes reflejos que te llevaron a mamar. Recuerdo la emoción, las lágrimas, la felicidad. Nunca quise ponerme enormes retos en esto de la lactancia: había tenido amigas que habían terminado con una enorme frustración, en ocasiones patológica, y no quería verme así, de tal manera que solo me repetía: llegaremos hasta donde podamos y bueno será.

Hace poco más de una semana cumpliste dos años y justo ese día fue el último que me pediste teta para dormir.

Desde aquel momento en que descubrimos ambas la lactancia hasta tu último buchito para dormir han pasado dos años completos; los seis primeros de lactancia materna exclusiva; un banco de leche que nunga agotamos porque llegó el confinamiento y pude continuar fácilmente dándote el pecho, aunque no me quitó de algunas jornadas de sacaleches en el AVE y de ingurgitaciones en las reuniones y de extraerme en casi cualquier sitio. Hemos tenido reuniones virtuales donde enfocaba a la cara y no a la pequeña bebé que bebía de mis pechos en el transcurso, hemos sacado la teta en cualquier sitio donde se te ha antojado, hemos salido andando con la teta fuera sin darme cuenta. No he tenido ni una grieta, apenas una obstrucción, ni una complicación señalada, en una lactancia que ha sido fácil en lo técnico (hay muchas madres que tienen una lactancia realmente peleada), pero difícil en lo emocional, sobre todo en los últimos meses.

Ha sido muy emocionante proveerte de alimento, de hidratación, de cariño, de consuelo, de cercanía, de calor, de protección, de anticuerpos… de todo lo nutricional y emocional que compone la leche materna y el acto de amamantar. Ha sido muy tierno tenerte en mis brazos y disfrutarte y disfrutar de ese momento nuestro. Pero también ha sido muy duro y muy contradictorio porque las noches sin dormir se prolongaron y sentir que todo el peso de tu sueño caía en mis pechos se me hizo bola; porque sentir que no te relacionabas conmigo sino era a través del pecho me frustraba; porque comencé a sentirme invadida en mi propio cuerpo y esa sensación dejó de gustarme. Quería seguir dándote el pecho porque sabía los beneficios que te aportaba, pero comenzaba a no estar cómoda y a tener rechazo por la lactancia; supongo que es lo que llaman agitación por amamantamiento. Así que decidimos comenzar un destete paulatino y sin prisas, que nos permitiera irnos acomodando a nuevos escenarios menos demandantes: destete nocturno primero, ir quitando tomas durante el día… Cada paso que dábamos permitía un respiro en mis sensaciones y prolongar algo más nuestro vínculo, hasta que has decidido que hasta aquí has llegado. Han pasado más de seis meses en todo este proceso y siento que lo hemos conseguido juntas y que nuestro vínculo sigue aunque de otro modo.

Ahora te sigo acompañando en el sueño, pero te cuento cuentos que riman entre susurros; ahora te sigo consolando, pero te abrazo y te beso y te digo que te quiero.

Hoy tengo algo de nostalgia porque sé que no voy a amamantar más, porque mi bebé ha crecido y ha pasado una etapa; pero también siento un enorme alivio porque me he desnudado de todos los sentimientos que me estaba produciendo la lactancia. Gracias a Nacho, que ha estado ahí siempre, intentando entender el mar de contradicciones que yo era, intentando apoyar en lo que pudiera, intentando no estorbar cuando tocaba, con su paciencia infinita, con su ternura infinita, con su apoyo incondicional, aunque a veces no entendiera nada.

No me puse metas enormes en esto de la lactancia, pero poco a poco hemos ido los tres pasando etapas hasta cumplir estos dos años que espero que entiendas algún día como un regalo, que es como lo he vivido yo, un regalo para los tres. Dos años completos, tal y como manda la OMS, que no podemos ser mejor mandadas.

Dos años que yo no olvidaré nunca, con todas las contradicciones.

Muchas gracias a las mujeres de Regazo por tanta sabiduría, empatía y sororidad. Enorme red de soporte la que se teje a diario con manos de mujer.

A madre

Regalo del Día del Padre

Hace siete meses que una enana me cambió: cambió mi vida, mi definición. Tres kilos y 50 centímetros me hicieron pasar de novia a madre; o me añadieron a la definición de novia, la de madre. Aún ando acostumbrándome a ello y lo verbalizo en tercera persona más por reconocerme yo en una palabra tan grande que por enseñárselo a una persona tan pequeñita.

Hace siete meses que una enana te cambió: te pasó de novio a padre, aunque padre ya eras, ya eres. O digamos que te añadió a la definición de novio y padre, la de padre conmigo. Y menudo cambio. Sus pequeñas manitas han tejido entre nosotros unos hilos férreos e indisolubles que nos unirán para siempre; unos hilos pesados que nos llenan de responsabilidad.

Pero sé hoy y siempre que eres el mejor padre que puede tener. Y te miro y te admiro, cuando cada mañana os dejo dormidos en la cama que abandono mientras te dedicas a su cuidado; cuando le hablas con esa ternura infinita y concluyes: «menuda personaja», cuando le bañas con mimo, le vistes con combinación imposible de colores, cuando te veo sonreír y reírte cos sus ocurrencias

Y me llenan más a mi cada uno de los te quieros con los que le rocías, cada uno de los besos que le repartes, cada achuchón, cada caricia, cada risa. Y me llenan más a mi porque alimentan mi certeza de que hoy y siempre Guadalupe, como sus hermanos, tendrán el mejor padre del mundo. El que acompaña las tareas, el que inventa actividades e idea visitas para que cada día sea una sorpresa, el que hace paquetitos con la toalla al salir de la ducha, el que busca las cosquillas y el que viste de extraordinario cada hecho cotidiano con su tono de incredulidad. Podrán pasar cosas entre nosotros, podremos llegar a no querernos, pero nada cambiará en tu relación con ella. Lo sé porque lo veo cada día con sus hermanos.

Y cierro los ojos con cada gesto que te veo porque quiero quedármelo para siempre, porque soy tan egoísta que no quiero que la enana crezca, porque quiero seguir muriendo de amor mirándote con ella, viéndote en ella. Y cierro los ojos porque quiero que nada cambie, quiero que este nosotros se estanque y sigamos disfrutándolo, como en estos días de confinamiento que nos han traído conciliación por Decreto Ley.

Muchas veces te miro y te doy las gracias. No sé si lo adviertes porque es una mirada sutil, es un resquicio que se escapa de entre tanto agradecimiento que tengo en mi. Porque me buscaste y me encontraste, porque me acompañaste de la mano sin dejarme nunca, porque me mimas, me besas, me respetas. Porque llegó contigo el mejor compañero, pareja, padre, comprometido, feminista, sensible, responsable. Pero si te miro muchas veces y te doy las gracias es, sobre todo, por querer compartir esta responsabilidad-experiencia-maravilla conmigo, por hacer que hace siete meses una enana me cambiara la vida. Por transformarme de novia a madre, por transformarme en madre, además de novia.

Las chicas listas leen libros

chicas listas

Cartel fotografiado en una librería que me encanta: Nollegiu en Poblenou

No son todas las que me gustaría pero no ha sido un mal año en cuanto a lecturas. He afianzado mi pasión por la novela negra: mexicana, cubana, irlandesa, americana, italiana, patria. Me fascinó la trilogía de César Pérez Gellida «Versos, canciones y trocitos de carne», también me adentré en la de Dolores Redondo, que me atrapó pero me dejó gusto desigual. Descubrí que la novela negra, si es mexicana, es más negra, de la mano de Elmer Mendoza, de Hilario Peña, de BEF, de Rafael Bernal.

Me fasciné con la crónica periodística -certera, aguda- de El desmoronamiento, un libro imprescindible para entender la crisis actual; y me deleité con cada palabra de Chaves Nogales y el personaje, pinturero y cabal, de Belmonte.

Con Tinísima y El hombre que amaba a los perros (la que más tiempo me ha llevado), me trasladé a un México especial, en ebullición, rebelde y revolucionario para aprender más de su historia y entender mejor el presente.

He intentado usar el hashtag #lecturastaite2015 y #taitelee2015 para tenerlos todos controlados, pero hoy, al hacer este recuento, veo que no lo he cumplido como debiera. Me plantearé este año usar pinterest, además de instagram, con el hashtag #taitelee2016. Aquí abajo los tenéis, de todos modos, aunque igual se escapa alguno…

No pido mucho

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El 2016 es así de mío (Arrancar el año en Bolonia. Foto de Mónica Segura)

No pido mucho, apenas nada: tener en el bolsillo lo suficiente para que no falten las cervezas con los amigos, seguir descubriendo bares y sorprendiéndome con sabores, maravillarme de que me siga maravillando cada día los atardeceres por el Campo del Sur y el olor a mar que me abriga como la manta en el sofá, arraigándome a lo que entiendo por casa.

El 2016 sería maravilloso si, además, me alimentara la fuerza de voluntad para continuar con el pilates y con alguna que otra carrerita; me mantuviera el sosiego que me acompaña desde hace un tiempo y se me tatúa en las arrugas; si se perpetuara esta felicidad tan simple, tan simple, que no aspira a más que a tener en el bolsillo lo suficiente para que no falten las cervezas con los amigos, a maravillarme con atardeceres y a saborear la tinta de un periódico migada con café mañanero. He descubierto que la felicidad es eso, saborear todos los momentos, y ahora no quiero perder esta pequeña sabiduría.

También quiero, querido 2016 que estás por descubrir, empacho de carnaval, una banda sonora (off y on) que no deje de sonar y que se salpique de Ruibal, siempre Ruibal; pero que también me descubran nuevos sones, nuevas letras que me hagan reír, sentir, vibrar, llorar. Y más domingos con delantal y cuchara de palo, con A vivir de fondo; y más tardes de sofá, y más series, y más libros.

No pido mucho. Bueno, si, ya me voy pasando. Pero también quiero estar siempre a la altura, de mis amigos, de mi familia, de mi trabajo. Y que cuando no lo esté, que una no es perfecta, pueda darme cuenta y rectificar. Y me lo perdonen mis amigos, mi familia, mi trabajo. Estar a la altura no es demasiado, o igual si: es ser coherente, consecuente, no fallar, saber adivinar cuándo te necesitan más que nunca aunque no te lo digan. Bueno, si, ya me voy pasando. Pero el 2015 ha sido básicamente bueno, realmente bueno.

Y más risas, muchas más risas, siempre risas. Pido que sigan las risas, que crezcan las risas, que se me tatúan también en las arrugas. Con amigos que juegan en la championlí del humor y de la complicidad, con carcajadas en el sofá ante ese «piensa padentro»; con amigas que le pegan patadas al diccionario, a las canciones, a la vida pero no pierden la sonrisa ni la capacidad de que llore hasta las lágrimas; con más amigas con ocurrencias y dobles sentidos, con propósitos de año nuevo fugaces, con salidas en espanglish. Y más risas, muchas más risas, también en la cama, y en el pre-cama, y en el post-cama.

Podría pedir, ya puestos, nuevos destinos viajeros, sitios de los que empaparte y con los que sorprenderte pero igual lo dejo para otro año, ya veremos, porque también quiero un 2016 en el que ser más yo, más todo lo yo que siempre he querido ser.

Molinillo y parálisis

El día en que compré Sueño

El día en que compré Sueño

Las personas a las que admiro me producen parálisis. Nunca sé qué decir, cómo reaccionar, cuando me las presentan, cuando me enfrento a ellas; y a fuerza de no querer parecer lela, acabo siendo la peor versión de lo que pudiera ser. No puedo evitarlo. Mi mente funciona a destajo, buscando algo interesante que decir, desdeñando todas las patochadas que relampaguean, plantando en mi cara una sonrisa estúpida y desordenando mis reacciones.

A Ruibal lo entrevisté cuando trabajaba en Diario de Cádiz. Ya hacia tiempo que su música acompañaba mis días, ya llevaba años alimentándome de su poesía y acompasándome de sus ritmos. Ya compraba, devota, sus discos, apenas salían. Así que a Javier Ruibal lo entrevisté cuando trabajaba Diario de Cádiz. Y frente a Ruibal desplegué la mejor de mis parálisis (que aún hoy perdura).

Apenas si pude articular las preguntas, preparadas. Porque era un Molinillo, y aún ahora, si tuviera que explicar a alguien en qué consistía el Molinillo, creo que no sería capaz de disponer de un argumento convincente. Podría defenderme de un primer asalto de mi interlocutor y asegurar que en esta inconcreción no cabe ni un resquicio de improvisación; o sea, que no es que se dejara todo a una suerte de frenesí de última hora; pero mentiría porque algo del vértigo de no llegar también había. Pero, sobre todo, mi incapacidad para definir esta sección (que se publicó en Diario de Cádiz allá por el 2002) radica en que el concepto del Molinillo se atenía a unas claves que Tano Ramos (el que lo gestó y parió y que contó conmigo como firma alterna) y yo teníamos bien interiorizadas, aunque no fueran explícitas. Algo como «lo tengo todo aquí».

Coincidíamos en que tenía que ser una entrevista diferente a gente diferente. Y por ello huíamos de los “portavoces incondicionales”, aquellos que siempre llenaban las páginas del medio en cuya plantilla nos incluíamos. Sólo dos políticos encontraron un hueco entre nuestro desquiciado elenco de invitados junto al entonces entrenador del Cádiz, a letrados, a voluntarias, arqueólogas, profesores, músicos… Todos tenían un nexo común: se descontextualizaban en parte de lo que eran y representaban y se vestían con un traje de ciudadano que opinaba de la actualidad, que exponía su criterio sobre lo que acontecía a su alrededor.

Así que Ruibal fue uno de los elegidos, por músico, por gente diferente. Porque si. Y en esa descontextualización como ciudadano hace gala de la coherencia y el compromiso que aún hoy, trece años después, le caracteriza; si acaso (ahora) agudizado por la pátina del tiempo, por la experiencia de la madurez; por la vida. Y asombra la vigencia de muchos temas, trienios después.

Podría volver a contar lo que la música de Ruibal significa para mi, pero ya lo he hecho aquí, aquí, aquí. Y no es plan de ponerse empalagosa. Ni caer en lo patológico. Sólo que, aprovechando que esta semana celebra 35 años en la música, aprovecho yo para recuperar esta entrevista, para asombrarme con la actualidad de los temas, para reivindicar al músico y a la persona. Incluso para recordar lo que fui.

Entrevista en Diario de Cádiz. Nociembre de 2002

Entrevista en Diario de Cádiz. Nociembre de 2002

Búsquedas sin afán

Amor encadenado @Taite Cortés

Amor encadenado @Taite Cortés

Igual ni existes, por eso es tal vez que no te busque con tanto afán. Ni para siempre, ni imprescindible. Puede que a fuerza de mitificarlo hayamos terminado por tenerlo como un imposible. O tal vez, sólo tal vez, sea todo un postureo protector, una pose; si, una pose; una coraza tejida de encogimientos de hombros, de lágrimas, de decepciones, de renuncias. No sé.

Igual ni existes. O al menos como me gustaría a mi. Sin anclajes pero rebosante de lealtad. Sin propiedades ni pertenencias pero tan complementario como natural. Sin artificios, con sonrisas al despertar; sin presiones, con siestas improvisadas; sin dependencia, con espacios propios y silencios a medias.

Ni mío, ni tuya. Sin acaparar horas, sin fagocitar espacios, dejándote estar, dejándome fluir, encontrándonos en ese hueco donde somos mejores porque lo podemos compartir; en esa intersección de conjuntos que nos permiten disfrutar del nosotros sin dejar de ser tu, sin dejar de ser yo. No quiero que a fuerza de noches obligadas deje de sorprenderme con la tibieza que desprende tu nuca.

Igual ni existes. Quien sabe. Igual no. Igual por eso no espero, no busco, no propicio. Porque hay oleadas que han de ser contenidas, cuando la entrega sólo se entiende de una manera; cuando estar es darse sin más, en esto como en todo; cuando no hay medias tintas ni estatus desdibujados.

Y sigo sin ti y no por ello menos yo. A pesar de todos. Y mientras llegas, o no (porque igual ni existes) me hago fuerte en mi vida, en mis silencios, en mis momentos, en mi soledad, que es firme, que es dulce, que es cómplice.

Sin para siempres pero sí todo para este ahora, para este todo ahora, que hay que beberse a sorbos.

Igual ni existes por eso no te busco con tanto afán. La suerte sería que terminaras encontrándome.

La música esdrújula

Vetusta Morla en #nosinmusicaNo sé qué fascinación ejercen sobre mi, ni por qué. No sé si es la musicalidad, la robustez, la longitud, la tilde… Si pudiera, hablaría sólo en esdrújulas, a riesgo de ser pedante. Y de limitar mi vocabulario a sólo unas 600 palabras. Que a ver dónde cuelo yo un tetragrámaton o un carpetovetónico, sin que me tomen por loca.

Las esdrújulas son como un canto de la acentuación, es la fuerza del acento la que determina la palabra y nos hace resbalarnos sin vértigo desde una cima silábica. He amado en esdrújulas (romántico, también patético, escéptico, cómplice…), he flirteado en esdrújulas (sarcástico, humorístico, sin cópula) y me he carcajeado en esdrújulas.

Me pueden, me ganan, me arrollan, me divierten, me asombran. Exactamente lo mismo que me ocurre con Vetusta Morla, ese grupo que es capaz de poderme, de arrollarme, de divertirme, de asombrarme… Y más: de hacerme gritar hasta la ronquera canciones cómplices, de bailar al centímetro sones lunáticos, de sentir y desgranar cada frase, que tienen algo de caóticas, que tienen algo de cálidas.

Y todo lo que no tiene todo el sentido que le buscamos a las cosas acaba encajando. Y pensamientos que habías escuchado formando parte de un todo, tienen sentido sólo por si. Y canciones que cuentan las emociones de otros acaban siendo tus himnos personales en momentos puntuales, canciones que acabas asociando a personas a las que quieres, a momentos que disfrutaste, incluso a los cínicos que dejaste atrás.

Y termina siendo catártico. Cantar así, bailar así, botar así, fluir así… Las palabras que antes te han tocado el corazón, rebotan ahora y salen escupidas, con fuerza, con liberación, al son de la percusión, de la mano de la fuerza de la voz de Pucho. Y termina siendo eléctrico, dejar que tus pies se muevan, salten, al son de la percusión, al vaivén de las otras miles de almas. Y termina siendo romántico, por qué no, que uno de tus grupos de cabecera, ése que has visto a éste y al otro lado del océano, ése que has memorizado epidérmicamente, termine cantando en tu casa, en tu muelle, en tu mar, en tu noche de julio, uniendo lo áureo y lo doméstico.

Maldita Dulzura, El hombre del saco, Lo que te hace grande, Cuarteles de Invierno, Copenhage, Rey sol, La deriva… Tantas y no todas, nunca suficientes pero sí las necesarias. Sudadas, cantadas, arrolladas en una cálida noche. En casa.

#nosinmúsica! No, por favor. Porque las palabras que no existen nos puede salvar. Y porque las que existen, nos atrapan. Porque la música que nos llena, nos salva seguro. Porque voy a hacer en tu honor inventarios de pánico. Porque lo que anoche vivimos tiene mucho de desorden milimétrico. Porque la música es esdrújula, también. Y mágica, y catártica, y epidérmica.

O no…

¿Seguro?

¿Seguro?

La vida sería más fácil con certezas. Me llevaría a paso firme hacia donde quiera que vaya (que tendría claro) sin desasosiegos, y no con este dudar constante, este cuestionamiento sin final que teje y desteje realidades como una penélope de andar por casa. La vida sería mas fácil con departamentos estancos donde todo está ordenadito y etiquetado, dejando al alcance de la mano lo que eres, lo que quieres, lo que piensas; que necesitas una ración de argumentos categóricos, pues los sacas del cajoncito donde los tienes tan claros y ordenados que da miedo; que tienes que tirar ahora de una de decisiones, pues los localizas en el de al lado, en el que están aquellas que se toman sin titubeos.

Siempre he envidiado en cierta manera (todo en mi tiene matices, pardiez) la labor de las esteticistas. Cada limpieza facial es un protocolo inamovible: limpieza, exfoliación, apertura de poros, extracción, tónico, masaje, mascarilla, recogida y a su templo; cada masaje tiene pasos estipulados y movimientos secuenciados. Esa liturgia tan milimétricamente pautada resulta un maravilloso salvavidas: el de saber en todo momento qué tienes que hacer y qué va a pasar. ¿Cuántas veces bajo la mascarilla añoraba esa seguridad? Las antípodas de lo que soy; y de lo que hago, donde las decisiones forman parte del día, en segundos, condicionadas, presionada… ¡Quién tuviera un puñado de certezas para este susto o muerte!

Y es que no hay otra. Cuando se dio el reparto de seguridades debí de andar aprendiendo cabuyería u orientación por las estrellas, competencias en las que soy ducha pero que nada me sirven para desasosiego cotidiano de no saber, en este continuo «o no» que me acompaña desde que era niña. ¡Si es que hasta para lo más pequeño! Esta semana leía a Risto Mejide hablar de su canción favorita de Sabina. ¿eso existe? ¿Y cómo puede? Yo podría quedarme con un quinteto de ellas, no sin cierto trabajito. Pero hoy no sabría determinar cuál es mi canción favorita de Sabina. O de Ruibal. Ni siquiera un puñado de películas preferidas, que me dejarían en el ahogo de abandonar otras por el camino.

Si, ya sé que la vida es decidir. No soy una ilusa, no; no escurro responsabilidades, tampoco. Sólo que el camino no es fácil, no es cierto, no es claro, no es premonitorio, ni siquiera intuitivo, no es banal. Y envidio a todas esas personas que tienen todo tan claro… hasta en lo más pequeño (o no) como cuál es su canción favorita de su artista (igual también favorito).

Hoy me ha vuelto a pasar leyendo (qué cosas, la mayoría de las las inquietudes me llegan leyendo) una entrevista en Diario de Cádiz donde el personaje, un político (o ex-político) se definía con una facilidad pasmosa, se encasillaba hasta en cinco etiquetas que le describían (o le describirían, condicionémoslo, para no perder la costumbre) a la perfección en distintos aspectos de su vida, en su pensamiento, en su biografía. ¿Sería yo capaz de etiquetarme? Definitivamente no (¡anda!, ¡una certeza!) y menos con rótulos tan gruesos como «reformista», «socialista liberal» o «filósofo crítico», que llegué a leer. Si acaso, podría definirme en unas vacuas obviedades como mi gentilicio, mi lugar de playeo o incluso mi rubia condición, tan condicionante ella.

¡Si es que hasta escribiendo dudo! Mido, sopeso, intercambio, pruebo palabras , hago, deshago; escribo, «des-escribo»… consciente de que hasta estas pequeñas decisiones determinan lo que realmente quiero decir, de que son éstas un valioso instrumento que tampoco puede tomarse a la ligera.

Dice mi amigo Fernando, con quien reflexiono a veces, que su única definición es que es del Atleti ¡Cómo no será nuestro cinismo! Y yo sólo sé que me bandeo como puedo en un mar de dudas del que salgo en contadas ocasiones para tomar aire y volverme a sumergir. Definitivamente, la vida sería más fácil con certezas. O no…

P.D: Visto lo visto, y como formaría parte de ese quinteto, creo que va tomando forma la canción de «Sin Embargo» como la que podría dar como favorita… O… espera…

Los que no daremos

La Caleta

La Caleta

Los besos que no nos dimos duermen sobre alguna roca. O igual los arrancó el levante justo cuando iban a zarpar a los labios del contrario. Tal vez se cayeron en alguna conversación, de esas interminables, de esas sobre todo y sobre nada, mientras jugábamos a no sentir, a no pensar, a no pasar.

Los besos que no nos dimos esperan a ser descorchados, al igual que tantos vinos que aún nos quedan por probar. Incluso a ser descubiertos, como esa lista de manjares pendientes de paladear. Esperan a ser vividos, como tantos días de playa que quisieron ser y no fueron.

Los besos que no nos dimos quedaron colgados de una cancela, a la vera de la Puerta Real, donde no llegaron a protagonizar despedida o bienvenida alguna. Puede que también quedaran a la deriva, entre olas y barquillas; o entre columnas blancas y las luces intermitentes de un faro. O fueron desechados sin más en alguna tasca, entre cáscaras de caracoles y serrín.

Los besos que no nos dimos quien sabe dónde anden, quién sabe a quién les pesen, quién sabe si volverán, por mucho que ellos aguarden. Los besos que no nos dimos son los daños colaterales de andar descompasados, son las víctimas de no coincidir en el espacio y el tiempo, son damnificados de la indecisión.

Los besos que no nos dimos son eso, besos en pasado, besos que no existieron, besos que no hicieron estremecerse a ninguno, besos que no jugaron con la risa y con los nervios, besos que no nos hicieron descubrirnos al otro.

¿Qué será de los pobres besos que no nos daremos?