Lo epidérmico

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Siempre mirando para otro lado (de mi IG)

Mi Cádiz está estancada, con unos niveles de desempleo inasumibles, una brecha social devastadora, una juventud sin futuro y un desarrollo mal gestionado; pero nos enredamos toda la semana hablando de la culpa de unas mulas en el deslucimiento de una procesión Magna Mariana, que como título de tesis tiene su aquel pero como tema de actualidad da mucha vergüenza. Da igual si el problema son las acémilas en sí o que los cargaores no quieren llevar los pies llenos de boñigas… se trata de echar horas hablando de lo epidérmico y obviar el fondo: antes fue la fecha fija o no para el Carnaval, el adiós a las ninfas y las diosas o hasta el nombre del Estadio.

Nos enredamos en debates nimios mientras se nos cuelan por las rendijas del día a día subvenciones que se pierden por inoperancia, proyectos que no llegan por indolencia, o mi eterno conflicto: el peaje, que no nos lo van a quitar sin que hagamos nada por pelearlo. Ahí está todo. Qué más da. Lo que importa es la procesión de vírgenes reunidas y la ausencia del Rocío por muleros motivos.

Así es Cádiz. Mi Cádiz. El que amo tanto como me duele. Y que no es tan diferente del resto aunque sí más exagerado. Porque en españa andamos que si gana o no el Real Madrid la liga, si a una famosa le ha dado un chungo que retransmitimos en directo con todo lujo de detalles, o las peleas fraticidas que desmontan ideologías; mientras nos acostumbramos con una capacidad de adaptación qye habría asombrado al propio darwin a que se destape la corrupción sin que nos duela ni nos huela (o mas bien nos apeste); sin que la combatamos ni nos indigne. Pero las mulas sí, menuda desfachatez.

Yo sí que quiero una moción de censura. Pero de la realidad.

Esta columna de opinión tiene la firma de Taite Cortés y se emitió en el programa Al Liquindoi de Canal Sur Radio el 23 de mayo de 2017 

Con el peaje no se cantinflea

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ajol

Ajolá (de mi IG)

Desengañémosnos: no nos van a quitar el peaje. Échenme cuenta, sé lo que me digo.

El ministro de Fomento no hace más que cantinflear cuando le pregunta, el delegado del Gobierno en Andalucía no hace más que cantinflear cuando se le interroga. Y una, que lleva veinte años analizando qué y cómo dicen las cosas los políticos, tiene la certeza de que van a seguir metiéndonos doblados esos 7,20 euros que me arranco cada viernes y domingo de las entrañas desde que tuve que emigrar de Cádiz porque era una ciudad sin presente ni futuro.

Dicen que «no se va a renovar el peaje» cuando la segunda prórroga interminable termine, que no veas si está medida la frase. Un peaje que es de pago desde el 69 y que no dicen nunca que se va a acabar. ¿Ustedes lo han oído? Porque yo no hago más que escrutar buscando certezas y ninguno. Sólo que si se verá qué pasa, que si el mantenimiento… Como diría Cantinflas: «Ahí está el detalle: que no es ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario».

Han rescatado autopistas no rentables, ruinosas, asumidas por el Gobierno y pagadas por todos. Pero ésta, tan rentable y tan limitante para la economía de una ciudad que se desangra, es un negocio seguro que hay que mantener para el lucro de las empresas.

Quiero que el ministro diga “no se va a pagar más por ir a Cádiz a partir del 19” y que lo coreen los delegados del Gobierno de Andalucía, Sevilla, Cádiz. Sólo entonces seré capaz de creérmelo. O igual, cuando deje de rascarme el bolsillo y llegar a la Tacita de Plata no esté penalizado.

Esta columna de opinión tiene la firma de Taite Cortés y se emitió en el programa Al Liquindoi de Canal Sur Radio el 16 de mayo de 2017 

La música esdrújula

Vetusta Morla en #nosinmusicaNo sé qué fascinación ejercen sobre mi, ni por qué. No sé si es la musicalidad, la robustez, la longitud, la tilde… Si pudiera, hablaría sólo en esdrújulas, a riesgo de ser pedante. Y de limitar mi vocabulario a sólo unas 600 palabras. Que a ver dónde cuelo yo un tetragrámaton o un carpetovetónico, sin que me tomen por loca.

Las esdrújulas son como un canto de la acentuación, es la fuerza del acento la que determina la palabra y nos hace resbalarnos sin vértigo desde una cima silábica. He amado en esdrújulas (romántico, también patético, escéptico, cómplice…), he flirteado en esdrújulas (sarcástico, humorístico, sin cópula) y me he carcajeado en esdrújulas.

Me pueden, me ganan, me arrollan, me divierten, me asombran. Exactamente lo mismo que me ocurre con Vetusta Morla, ese grupo que es capaz de poderme, de arrollarme, de divertirme, de asombrarme… Y más: de hacerme gritar hasta la ronquera canciones cómplices, de bailar al centímetro sones lunáticos, de sentir y desgranar cada frase, que tienen algo de caóticas, que tienen algo de cálidas.

Y todo lo que no tiene todo el sentido que le buscamos a las cosas acaba encajando. Y pensamientos que habías escuchado formando parte de un todo, tienen sentido sólo por si. Y canciones que cuentan las emociones de otros acaban siendo tus himnos personales en momentos puntuales, canciones que acabas asociando a personas a las que quieres, a momentos que disfrutaste, incluso a los cínicos que dejaste atrás.

Y termina siendo catártico. Cantar así, bailar así, botar así, fluir así… Las palabras que antes te han tocado el corazón, rebotan ahora y salen escupidas, con fuerza, con liberación, al son de la percusión, de la mano de la fuerza de la voz de Pucho. Y termina siendo eléctrico, dejar que tus pies se muevan, salten, al son de la percusión, al vaivén de las otras miles de almas. Y termina siendo romántico, por qué no, que uno de tus grupos de cabecera, ése que has visto a éste y al otro lado del océano, ése que has memorizado epidérmicamente, termine cantando en tu casa, en tu muelle, en tu mar, en tu noche de julio, uniendo lo áureo y lo doméstico.

Maldita Dulzura, El hombre del saco, Lo que te hace grande, Cuarteles de Invierno, Copenhage, Rey sol, La deriva… Tantas y no todas, nunca suficientes pero sí las necesarias. Sudadas, cantadas, arrolladas en una cálida noche. En casa.

#nosinmúsica! No, por favor. Porque las palabras que no existen nos puede salvar. Y porque las que existen, nos atrapan. Porque la música que nos llena, nos salva seguro. Porque voy a hacer en tu honor inventarios de pánico. Porque lo que anoche vivimos tiene mucho de desorden milimétrico. Porque la música es esdrújula, también. Y mágica, y catártica, y epidérmica.

Los que no daremos

La Caleta

La Caleta

Los besos que no nos dimos duermen sobre alguna roca. O igual los arrancó el levante justo cuando iban a zarpar a los labios del contrario. Tal vez se cayeron en alguna conversación, de esas interminables, de esas sobre todo y sobre nada, mientras jugábamos a no sentir, a no pensar, a no pasar.

Los besos que no nos dimos esperan a ser descorchados, al igual que tantos vinos que aún nos quedan por probar. Incluso a ser descubiertos, como esa lista de manjares pendientes de paladear. Esperan a ser vividos, como tantos días de playa que quisieron ser y no fueron.

Los besos que no nos dimos quedaron colgados de una cancela, a la vera de la Puerta Real, donde no llegaron a protagonizar despedida o bienvenida alguna. Puede que también quedaran a la deriva, entre olas y barquillas; o entre columnas blancas y las luces intermitentes de un faro. O fueron desechados sin más en alguna tasca, entre cáscaras de caracoles y serrín.

Los besos que no nos dimos quien sabe dónde anden, quién sabe a quién les pesen, quién sabe si volverán, por mucho que ellos aguarden. Los besos que no nos dimos son los daños colaterales de andar descompasados, son las víctimas de no coincidir en el espacio y el tiempo, son damnificados de la indecisión.

Los besos que no nos dimos son eso, besos en pasado, besos que no existieron, besos que no hicieron estremecerse a ninguno, besos que no jugaron con la risa y con los nervios, besos que no nos hicieron descubrirnos al otro.

¿Qué será de los pobres besos que no nos daremos?

Ni una más, Cádiz

Desconsoladas por la muerte de Michael Jackson

Desconsoladas por la muerte de Michael Jackson

No contadme que Los del Perchero están ya en Encarnación y que su repertorio es otro despliegue de ingenio y brillantez. O bueno, sí. Contádmelo. Y mandadme fotos. Y vídeos. Y audios.

No me insinuéis que las palmas y los tangos se arremolinan por la calle Londres, bajando para la plaza, llegando hasta entrado Hospital de Mujeres. O bueno, sí. Insinuadlo. Gritadlo. Y que las falsetas viajen y crucen el atlántico para que me erice la piel tan lejos de Garaicoechea.

No buscadme en el callejoncito de la calle Rosario, justo al pairo del Levante del Café para ver de qué van este año los Suspiritos de España. Ni mandadme, porque no van a estar, las coplas de los inquilinos de la calle Valenzuela, esos Guatifó (que fueron universitarios, texanos con casinos, banqueros, espías, soneros o fumadores empedernidos) , cuya ausencia este año va a ser mucho más notoria y notada que la mía. Pero no más dolorosa.

Porque la nostalgia lleva días agarrándome en la garganta y bañándome las mejillas. Porque es la primera vez en mi vida de gaditana militante, la primera vez, en la que no estoy arremolinada en las calles para empaparme de coplas y beberme Cádiz en esos rinconcitos que tú y yo sabemos. Porque si bien es la única religión que me permito, perderme esa liturgia sin horario ni sede, duele. Porque esta fiesta loca y libre, ingeniosa y desbordante, es una parte de mi de la que no puedo despojarme.

Y eso que he tenido una buena ración de Carnaval. Sin transistor, ya. Con app y web. Y he tenido cada día un poco del Gran Teatro Falla en el Gran Teatro Molière en el que, entre reunión y reunión, le daba al volumen para enganchar las coplas que pudiera y me dejara los inconvenientes de que el 3×4 suene en otro huso horario. Y eso que he tenido toneladas de cariño del grande, vía app y web, vía twitter y facebook, gracias a Juan, a Javi, Ana y todos los que me han hecho sentirme allí, aunque siguiera aquí, Gavilán Pollero incluido. Y eso que en nuestro grupo de whatsapp estaba on fire comentando las coplas y los cotilleos. Y eso que #lamiamamma me tuvo bien al tanto de la Gambada, el estreno del coro callejero y las glorias de mi hermanito.

Agradezco todo eso. ¡Qué más quieres, Baldomero! Pero necesito más. Necesito encaramarme al palco descubriendo letras y advirtiendo detalles, dejarme llevar por las palmas del teatro, sentir la emoción de los fallos, incluso soltar pamplinas varias a esa alcachofa a la que me había acostumbrado. Necesito sonreírme con los guiris que ya van vestidos de presos o médicos en la mañana del sábado (cosa que sólo hacen los de fuera mientras los de Cádiz vamos a desayunar donde siempre). Necesito despertar el domingo sabiendo que volveremos a quedar tarde, como siempre, pero que Soco, Salu, Pepe, Paz, Ana, Mónica, tal vez Charo e incluso Anago se van a venir y vamos a buscar juntas dónde están las callejeras, cerveza en mano y risa puesta. Necesito reservarme el lunes, ése que ya sabía mi jefa que era impepinable. Y necesito apenarme el Domingo de Piñata. Qué pronto acaba lo bueno. Y desear que llegue el Carnaval Chiquito para despedirme hasta otra.

Prometo dejar de llorar. ¡Qué contradicción en la fiesta de la alegría! Prometo soltar el apipirigañamiento y alegrarme. Y disfrutar con todo lo que me compartáis. Y con que queráis que en cierto modo lo viva yo con vosotros. Tan lejos. Y prometo, como Scarlata, (y cambiando el nabo -blam blam- por un plumero, más dos churretes en la cara) que nunca más volveré a pasar… los carnavales fuera. Ni una más, Cádiz. Como ésta, ni una más.

El tejedor en el foro

Ruibal en el Foro del Tejedor. Su presentación en México

Ruibal en el Foro del Tejedor. Su presentación en México

Foro del Tejedor. Y allí se tejieron una a una miles de notas, de sentimientos, de deseos que llenaron la noche de música y poesía. Afuera llovía, a mares. Y adentro, toda la calidez del sur calentó nuestras almas.

Foro del Tejedor. Y fue el tejedor el que nos fue atrapando con su guitarra sin límites, con su versátil voz, con su música de otros mundos, de este mundo, en una red de coplas que contiene todo el cariño y todo lo de uno mismo que se vierte en la artesanía.

Foro del tejedor. Y ni un resquicio del foro quedó sin música. No sé cómo lo hace el maestro, misterio, para que una guitarra y un trovador regalen tanta música cuando alcanzan esa simbiosis. Ruibal en concierto obra un milagro, y tengo quinquenios asistiendo a él, porque la imposible manera de tocar y los miles de matices de su voz hacen que no necesites más, que no eches en falta más orquestación, que incluso te lleguen a sobrar si están; porque la música de Ruibal es tan honesta, su complejidad es tan sincera que los artificios terminan chirriando.

Me descubrí recitando cual letanía cada una de las letras: Agualuna, Tu nombre, Guárdame, Para llevarte a vivir, el Ave del paraíso. No tiene ciencia, ninguna, Ruibal es probablemente tres cuartas partes de la banda sonora de mi vida. Y tras años de devoto empape de su discografía aún sigo sorprendiéndome, al re-escuchar discos trillados de tantas vueltas, con frases y matices que no había advertido, con sentimientos nuevos que no había encontrado. En el foro del tejedor llegué a emocionarme hasta las lágrimas con todo lo que llegué a sentir. Es parte de la magia de la música. En directo. Y es parte de la magia del tejedor que vino de Cádiz.

Dice Ruibal que sus letras hablan del amor, un amor que nos llena pero no nos satura ni nos limita, que nos acompaña pero no nos atosiga, que es sensualidad, sexo, complicidad, entrega. «Yo quiero que me quieran así», ésa es para el maestro la clave de por qué nos llena su música. Y puede que sea sólo eso. Y yo quiero que me quieran así. Como se llego a querer y a cantar en el Foro del Tejedor, la noche en que Javier Ruibal se presentó en México, la noche en que afuera llovía a mares y dentro nos llenamos de calidez. Y la noche en que me sentí más viñera de postín que nunca. A 8000km de mi casa en la Cruz Verde.

Las seis familias de Cádiz

Hay un Cádiz que dista de Barcelona apenas diez kilómetros. Hay un Cádiz que vive de la pesca y la agricultura. Hay un Cádiz que ha perdido población a marchas forzadas. Hay un Cádiz que fue Cádiz y que ya no lo es.

Ebongo es un pequeño pueblo de apenas una docena de casas que se asienta a la orilla de la playa en la costa de Guinea Ecuatorial. Se accede por una pista que se desvía a la derecha unos kilómetros antes de llegar a Punta Embonda. Fueron los colonialistas los que pusieron a este paradisíaco enclave el topónimo de Barcelona, de la misma manera que a Ebongo le llamaron Cádiz. Curiosa costumbre la de borrar lo más identificativo de un lugar: su nombre, para importase el de la tierra patria (de la del poderoso). Se cree que fue un comerciante español que compraba coco en la zona para exportarlo el que decidió que Ebongo fuera Cádiz (ésta sí que con más negritos). El potestado no volvió, la colonia terminó y los ecuatoguineanos recuperaron sus nombres, su país, su identidad. O tal vez no del todo.

De aquella época, de la colonia, en Punta Embonda sólo queda un viejo faro en desuso –ninguno de los que hay en la costa guineana funciona—y en Ebongo sólo el recuerdo de que en algún momento sus lugareños eran también gaditanos.

Pedro es uno de estos gaditanos de Ebongo. Uno de los miembros de las seis familias que hoy pueblan esta localidad que antaño fue mucho más importante que ahora “llegando a tener más de cien habitantes”. Ebongo –Cádiz— se ha ido despoblando porque las familias han emigrado a Bata o a España. “Quienes emigramos acabamos siempre en la ciudad”, concluye Pedro que, aunque uno de los que han salido del pueblo, reconoce que quiere volver. Y que no es el único. Y para ello, junto a todos los hermanos, está arreglando la casa de su familia. Hoy (esto lleva escrito desde 2012) se está levantando en este alejado enclave una pequeña vivienda de material permanente: todo un lujo en la zona, que se complementa con unas vistosas (y ectópicas) columnas dóricas a modo de porche.

Una casa de material es todo un lujo

Una casa de material es todo un lujo

“Los jóvenes estamos intentando volver a la tierra que dejaron nuestros padres”, explica porque, añade, “el sitio es precioso aunque esté deshabitado”. Y ahora tienen la ventaja de que ya llega la carretera –una amplia pista que se embarra si llueve como lo ha hecho en mayo (de 2012)—porque antaño, para ir a Bata, había que deshojar horas de caminata por la playa –un ratito a pie y otro caminando– o echar mano de un fueraborda, si era posible.

Ni Puertatierra ni Cádiz, Cádiz. Ni guacamayos y lechuguinos. Y ni rastro –gracias a Dios—del manido y chabacano “esto es Cádiz y aquí…”. Los habitantes de Cádiz-Ebongo pueden contarse con los dedos de las manos y viven humildemente de lo que les da la naturaleza: de la pesca –la playa se salpica de algunos cayucos y redes con las que extraen del mar alimentos para el día a día— y de la agricultura, también de agricultura, porque aunque la selva comience a perfilarse a pie de playa, entre la frenética flora hay plantaciones de plátanos que se colecta y comercializa.

De la selva llega otros elementos básicos para su alimentación, como la tortuga, que mejora el pepe sup y que en aquellas tierras es una exquisitez que engrandece los platos más preciados.

Sebastián enseña su caza, una jugosa tortuga

Sebastián enseña su caza, una jugosa tortuga

Sebastián es un cazador de una población cercana que ha conseguido hacerse con una. La vende por 5.000 francos (unos siete euros), lo que hace que su jornada sea de lo más fructífera. La vieja tortuga, superviviente en mil aventuras, arrastra en su caparazón tajazos ya cicatrizados y se arrastra por la ingrata selva con sólo tres patas. Merece una nueva oportunidad que viene de la mano de Myriam y Edu, quienes la compran para liberarla (a escondidas de los ojos de Sebastián por si pudiera caer en la tentación de volverla a capturar por aquello del doble rendimiento).

 Los restos de la iglesiaEl Cádiz que fue Cádiz por imposición y del que no existen referencias en Google (la localización se basa en la fe en los recuerdos de los lugareños) tiene una vieja iglesia en desuso, un pequeño consultorio en desuso y apenas una decena de casas. El Cádiz que fue Cádiz por imposición tiene una playa sin plata quiera pero con palmeras, con redes y alguna barquilla (con o sin gracia en la quilla). El Cádiz que fue Cádiz por imposición cuenta apenas con seis familias, con otras tantas casas, se está despoblando y tira del recuerdo de lo que llegó a ser… Caramba, qué coincidencia.

Infinitas (y mágicas) combinaciones

La Canalla, en el Baluarte

La Canalla, en el Baluarte

Podrían ser una especie de versión sinvergüenza de Penélope, aquella que tejía y destejía cada noche una pieza de tela que nunca vería el final. Podrían ser, sí. Porque ellos tejen y destejen cada noche, cada concierto, piezas de música que nunca serán como el original. Porque un concierto de La Canalla nunca es igual a otro. Aunque tienen la habilidad de que siempre suenan como nunca.

Al final, la música no es más que eso: la infinita combinación de unas contadas notas; unas notas contadas que, en suma y tocadas por la mano mágica de unos enormes músicos, pueden emocionarte, hacerte reír, levantar el ánimo o hasta caer en la nostalgia. Y ellos la combinan como nunca -siempre distinto, nunca igual- porque en este mundo canalla, en esta religión que profesamos unos cuantos, la improvisación, el dejar fluir, el hacer música en mayúsculas es el principal dogma, junto a «no molestar y dejar vivir». Al final, se trata de lo mismo: dejar hacer.

Y no es fácil dejar hacer, sobre todo cuando se trata de música, porque podía llevar al caos y no a la armonía. Pero el magisterio de los tremendos músicos, la frescura y templanza de Chipi, y sobre todo las ganas enormes de disfrutar en ese momento de creación, de inspiración, hacen que la música fluya en mágicas y nuevas combinaciones. Como Penélope, tejiendo y destejiendo.

Así, pudimos atrapar y guardar para siempre –en el paladar y en la memoria– cómo sonó aquella noche Canasto y algodón, la Princesa de Bamako, Perico Papelas o la siempre maravillosa Mujer de fuego.  Que no es como sonaban en estos enlaces, ni como sonaron en otras noches también deliciosas, sino cómo sonaron el viernes, en el Baluarte, en Cádiz, en una cálida noche de agosto, cuando La Canalla estaba a gusto, y se le notaba, rodeada de amigos. En casa.

Los amigos, algunos de ellos, alimentaron esas nuevas versiones, aportando y enriqueciendo. Dame tinto y dime tonto sonaba distinto cuando la marquesa tenía las hechuras y la calidez de Pasión Vega. Y llévame a vivir contigo. Mariana Cornejo, quien no puede ser más Cádiz ni intentándolo, se marcó su maravillosa Maruja en Flor, cantando «por moderno», que mira que es difícil. Tu necesitas que te den, son son. Y el saxo de Pedro Cortejosa, cortejando a la melodía que se iba trazando y complementándose con la trompeta de Julián Sánchez, llenó de nuevos e increíbles matices a Gabriela y a Tes quiero mai lof.

Y cuando se deja hacer, también el carnaval supera al carnaval sin dejar de serlo. Porque los cuplés, los tradicionales cuplés de Los Guatifó, emergen distinto cuando la caja, el bombo y los pitos son sustituidos por la trompeta, la percusión, el contrabajo, el piano. El 3×4 que se viste de jazz o el jazz de 3×4 haciendo que todo suene  a lo de siempre pero tremendamente nuevo. De gran categoría.

Bienvenido y su historia de clases sociales, Palomar y su añejo Tango de Los Luceros, el de «A la plaza de abastos de esta gran población«, terminaron de sembrar la magia y arropar a La Canalla en una noche especial, caída incluída, una noche en la que todos nos sentimos tan a gusto como si estuviéramos donde mejor se está, donde están los amigos, los buenos momentos y la complicidad: en ese bar nuestro de cada día. Donde se tejen y destejen nuevas historias, las cosas de las infinitas combinaciones.

Sentidos entre(jazz)ados

Viernes en el Cambalache

El olor de los pimientos asándose léntamente en la tabla es capaz de trasladarme a la cocina de mi infancia, cuando pelaba pacientemente las chamuscadas verduras que luego se convertirían en un cotidiano manjar.

Curiosear, en un arranque de nostalgia, alguna vieja chuchería, y paladear viejos sabores, te hace retroceder a patios de colegio, a olores de lápices y gomas y coletas tirantes. Y los platos que descubriste en la curiosidad de los viajes te devuelven de nuevo a las sendas andadas, las culturas reconocidas, las vivencias acumuladas.

Los acordes de algunas canciones, me acercan amores furtivos, caricias inexpertas, sentimientos descubiertos y la certeza, entonces, de que había cosas para siempre, como ese amor que nos prometimos. Hay roces de piel que tienen banda sonora, de ésas que suenan en tu recuerdo, caricias que despiertan cosquilleos y erizan, trayendo de nuevo a tí un vértigo siempre nuevo pero siempre cotidiano.

Y hay imágenes capaces de sonar.

Es la magia que tiene la fotografía: puedes sentir cómo profanas la intimidad de unos músicos que se ensamblan en acordes no escritos, regalando, entre los licores de aquel bar, sus notas recién exprimidas. Ellos estaban allí y nosotros aquí, viejos amigos contando batallitas, pero mientras lo que nosotros hacíamos no trascendía, su música es capaz de llegarnos hoy, sólo viendo esta imagen y dejándonos llevar por todo el jazz que nos fluye.