Esa mama es mía

Mujer, de unos 50 años que acude a los tribunales reivindicando su derecho a la intimidad y a la propia imagen dado que entiende que se le ha conculcado en una imagen aparecida en un medio de comunicación.

La fotografía en cuestión era una mama -sólo y exclusivamente una mama- prensada en el proceso de realización de una mamografía. No aparecía el rostro ni había ningún elemento que identificara a la dueña. Pero esta señora sostuvo en los tribunales que esa mama era suya.

Esta situación ocurrió y sirve de recurso para hacer entender a los compañeros de qué hablamos cuando hablamos de derecho a la intimidad y a la propia imagen de nuestros pacientes. Y por qué de nuestro celo. Porque la institución, y quienes trabajamos en ella, somos responsables de salvaguardar a estas personas que cada día transitan por nuestros centros sanitarios y no podemos bajar la guardia por inocente que parezca la situación.

Ahora es fácil entrar en los centros y hacer fotos de las distintas estampas, no hace falta más que un móvil. Es sencillo recoger cómo unas urgencias tienen una mayor afluencia o están desbordadas pero cada una de las personas que aparecen en esa imagen tiene una historia, una familia, una circunstancia y el derecho a decidir si quiere aparecer en esa situación o no. Y hay que tener en cuenta esto en imágenes tan aparentemente indolentes como una sala de espera con personas aguardando a entrar en consulta ¿hay algo más cotidiano? ¿Más neutro?  porque puede ser que el señor que aparece esté ocultando a sus allegados que está ahi, por los motivos que sea, y el hecho de que aparezca en un periódico o en una televisión ayude poco a su intención de mantener esa visita en secreto. O la señora. O la chica. En ocasiones es difícil que se pondere aunque intentamos hacérselo llegar a los compañeros cuando muestran su extrañeza por la necesidad de que todos sepan que están siendo fotografíados o grabados y le requiramos la autorización por escrito. «Si no es más que una sala de espera»

Como siempre me ocurre, nunca sé si nos pasamos o no. Porque ser tan riguroso dificulta mucho el día a día. Pero siempre pienso en las circunstancias de cada una de las personas que pasan por nuestros centros, en la responsabilidad que tiene la institución y en que no todo vale. Y tener firmada la autorización de todos los que salen en los medios de comunicación, incluso de las señoras que no se identifican y aparecen de modelo para ciertas técnicas, es una garantía para no acabar en los juzgados.

¡Deja de ver Sálvame!

Telebasura

Telebasura

Gerente de un hospital que llama por teléfono

– En Sálvame están dando información falsa sobre Paciente Famoso (nombre figurado, claro) ¿Cómo lo desmentimos? ¿Qué hacemos?

– De momento, deja de ver «Sálvame».

Las personas de cierta relevancia pública que son tratadas en los centros sanitarios suelen acaparar la atención de los medios, tanto los «serios» como los del «colorín», y requieren de una dedicación adicional por parte de quienes nos dedicamos a la comunicación porque tenemos que mantener el equilibrio entre la demanda de información de los primeros y los deseos del –en este caso– ya paciente sobre su intimidad y privacidad.

En estas situaciones, lo que solemos hacer es ponernos en contacto con el usuario o la familia, exponerle la situación y acordar qué tipo de información quiere que se aporte desde el hospital y con qué cadencia. Entendemos que es mejor ofrecer estos partes, aunque sean escuetos, porque se satisface la demanda de los medios con información veraz y se evitan elucubraciones o noticias interesadas de fuentes poco solventes. Pero la historia clínica es propiedad del paciente y la decisión sobre la información que se da, o si no se da, es suya o de sus representantes.

Así, lo normal es que se den partes diarios o cuando la situación varíe, siempre con el consenso del propio paciente; pero se trata de una información que no siempre es suficiente cuando se buscan detalles escabrosos y cuando hay medios insaciables. Y no ayudan los espontáneos –en muchos casos familiares de los propios personajes públicos que nos han pedido mesura– que se prodigan en detalles, que se ofrecen a los medios contando cada una de las novedades, que tienen sus minutos de gloria ejerciendo de portavoces.

Y últimamente parece que todo vale. Y ya no hay reglas, ni tácitas ni efectivas. Y eso dificulta la reacción.

Se suponía que había determinadas normas. En teoría, el Derecho a la Información es uno de los Derechos Fundamentales recogidos en la Constitución, uno de nuestros logros, que nos permite vertebrar la sociedad y afianzar la democracia. Y el único adjetivo con el que se prodiga el artículo 20 es el de veraz, asociado a información. Y también en teoría, el periodista cuenta con un código deontológico que ha de regir su manera de actuar con vistas a ofrecer el mejor servicio a la ciudadanía. Pero las viejas claves del periodismo no valen en este mercado del espectáculo –me niego a llamarlo periodismo, oficio al que respeto demasiado– donde da igual quien hable, la procedencia de las exclusivas –me niego a llamarlas información, le tengo mucho respeto a lo que representa– o si éstas tienen el más mínimo atisbo de fiabilidad.

Por eso es tan difícil actuar en estas situaciones. Porque ¿hacemos un comunicado? ¿desmintiendo qué: los cotilleos de personajes en medios inclasificables? ¿Entran los profesionales en el programa en la ronda de aludidos y discuten con estos personajes si su exclusiva o la información sanitaria es más fiable? ¿No es eso alimentar el morbo y dar más madera?