Dos años de lactancia

No tenias ni una hora de vida cuando te acercaste a mi pecho y pusiste en marcha todos los engranajes reflejos que te llevaron a mamar. Recuerdo la emoción, las lágrimas, la felicidad. Nunca quise ponerme enormes retos en esto de la lactancia: había tenido amigas que habían terminado con una enorme frustración, en ocasiones patológica, y no quería verme así, de tal manera que solo me repetía: llegaremos hasta donde podamos y bueno será.

Hace poco más de una semana cumpliste dos años y justo ese día fue el último que me pediste teta para dormir.

Desde aquel momento en que descubrimos ambas la lactancia hasta tu último buchito para dormir han pasado dos años completos; los seis primeros de lactancia materna exclusiva; un banco de leche que nunga agotamos porque llegó el confinamiento y pude continuar fácilmente dándote el pecho, aunque no me quitó de algunas jornadas de sacaleches en el AVE y de ingurgitaciones en las reuniones y de extraerme en casi cualquier sitio. Hemos tenido reuniones virtuales donde enfocaba a la cara y no a la pequeña bebé que bebía de mis pechos en el transcurso, hemos sacado la teta en cualquier sitio donde se te ha antojado, hemos salido andando con la teta fuera sin darme cuenta. No he tenido ni una grieta, apenas una obstrucción, ni una complicación señalada, en una lactancia que ha sido fácil en lo técnico (hay muchas madres que tienen una lactancia realmente peleada), pero difícil en lo emocional, sobre todo en los últimos meses.

Ha sido muy emocionante proveerte de alimento, de hidratación, de cariño, de consuelo, de cercanía, de calor, de protección, de anticuerpos… de todo lo nutricional y emocional que compone la leche materna y el acto de amamantar. Ha sido muy tierno tenerte en mis brazos y disfrutarte y disfrutar de ese momento nuestro. Pero también ha sido muy duro y muy contradictorio porque las noches sin dormir se prolongaron y sentir que todo el peso de tu sueño caía en mis pechos se me hizo bola; porque sentir que no te relacionabas conmigo sino era a través del pecho me frustraba; porque comencé a sentirme invadida en mi propio cuerpo y esa sensación dejó de gustarme. Quería seguir dándote el pecho porque sabía los beneficios que te aportaba, pero comenzaba a no estar cómoda y a tener rechazo por la lactancia; supongo que es lo que llaman agitación por amamantamiento. Así que decidimos comenzar un destete paulatino y sin prisas, que nos permitiera irnos acomodando a nuevos escenarios menos demandantes: destete nocturno primero, ir quitando tomas durante el día… Cada paso que dábamos permitía un respiro en mis sensaciones y prolongar algo más nuestro vínculo, hasta que has decidido que hasta aquí has llegado. Han pasado más de seis meses en todo este proceso y siento que lo hemos conseguido juntas y que nuestro vínculo sigue aunque de otro modo.

Ahora te sigo acompañando en el sueño, pero te cuento cuentos que riman entre susurros; ahora te sigo consolando, pero te abrazo y te beso y te digo que te quiero.

Hoy tengo algo de nostalgia porque sé que no voy a amamantar más, porque mi bebé ha crecido y ha pasado una etapa; pero también siento un enorme alivio porque me he desnudado de todos los sentimientos que me estaba produciendo la lactancia. Gracias a Nacho, que ha estado ahí siempre, intentando entender el mar de contradicciones que yo era, intentando apoyar en lo que pudiera, intentando no estorbar cuando tocaba, con su paciencia infinita, con su ternura infinita, con su apoyo incondicional, aunque a veces no entendiera nada.

No me puse metas enormes en esto de la lactancia, pero poco a poco hemos ido los tres pasando etapas hasta cumplir estos dos años que espero que entiendas algún día como un regalo, que es como lo he vivido yo, un regalo para los tres. Dos años completos, tal y como manda la OMS, que no podemos ser mejor mandadas.

Dos años que yo no olvidaré nunca, con todas las contradicciones.

Muchas gracias a las mujeres de Regazo por tanta sabiduría, empatía y sororidad. Enorme red de soporte la que se teje a diario con manos de mujer.

Resulta que es fácil

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Veo corazones por todos lados (de mi IG)

Nunca nadie quiso quedarse. Nunca nadie despertó mi inquietud para compartir espacios, vida y actividades.

Nunca. Nadie. Idas y venidas tormentosas. Relaciones compartidas -injustas y tóxicas- usurpando tiempos y conformándonos con lo mínimo. Amores dubitativos, nuevos conceptos que retuercen algo tan simple como estar. Barreritas que se ponen a la cotidianidad. “No te enamores” de quienes se suben a la atalaya de la condescendencia, de la superioridad del no sentir.

Nunca. Nadie. Amoríos trashumantes, noches finiquitadas y poca opción a asentar elementos que pudieran unir más allá del desayuno.

Y una vida llena, a pesar del vacío que todos ven. Llena de ratos con mis amistades, de risas, de viajes compartidos; llena de libros, de música, de chocolates en Le Poeme; llena de actividades propuestas y a proponer, de exposiciones. Llena también de cosas: de ropa, de recuerdos de viaje, (también aquí) de libros. Llena de ganas de estar y de ser. También madre.

Porque estar sola y disfrutarlo es una opción. Porque estar sola y vivirlo hace que te plantees mucho renunciar a todo lo que te aporta estar sola en caso de que llegue alguien que te acompañe.

Y nunca nadie quiso acompañarme.Y nunca por nadie quise renunciar a mi vida llena.

Pero resulta que es fácil acompañar y hacer hueco. Resulta que es fácil compartir y estar: sin barreras, sin renuencias, sin advertencias, sin atalayas. Y no por ello renunciar a tu vida llena.

Resulta que es fácil deshacerse de cosas, acomodar armarios, hacer de mi casa nuestro hogar, planificar actividades. Resulta que es fácil, que no hay tormentos, ni toxicidades, ni dudas; que todo fluye y encaja. Resulta que era fácil también dejarse ayudar y apoyar; y dejar de demostrar que se es capaz de todo.

Y aquí ando hoy con medio armario menos, pero con lecturas y músicas añadidas. Redecorando una casa que tiene uno, dos o cuatro habitantes dependiendo del día del mes, pero que está llena de complicidad, independientemente de quien esté. Un espacio vital que alberga trabajo, tareas escolares y tardes de parchís, cuando sólo estuvo pensada para uso exclusivamente unipersonal.

Y aquí ando yo, pintando de colores la palabra “madrastra”; llenándola de besos, de risas y de generosidad. Y conste que la generosidad es la de ellos tres. Porque hacer hueco en una casa es nada si se compara con hacer hueco en una familia.

Y aquí ando yo, comprando belenes y adornos de navidad, descartando también mi faceta de Grinch (de Greenwich, que me dice Mónica) porque sé que esta navidad es para ellos.

Y, sobre todo, resulta que es fácil acompañar sin renunciar a ser tú, todo lo tú que eras antes de ser acompañante, sin renunciar a lo esencial que hizo que se acercara, que nos unió. Acompañante, mejor que compañera, porque quiero renovar cada día la vocación de estar y compartir, de sentir y reir, de disfrutar;quiero que no decaigan los nervios por verle o la ilusión de contarle cosas porque nos coma el día a día.

Así que, aquí ando yo, brindando por lo vivido y por lo que queda. Por los besos a deshora, el acompañamiento a 600 km, la vida compartida. Brindando por la puntualidad de renfe, las listas de la compra del iphone, los libros regalados, las canciones bailadas en el salón, los coloretes pintados; por los sitios descubiertos y por descubrir, la bebida, la comida. Por los amigos compartidos, las bodas, los ramos, las risas, los llantos. También por las dificultades, que nos robustecen y consolidan, reafirmándonos en que estamos justo donde queremos estar.

Así que, aquí ando yo, brindando por la calidez de su cuello, la que me habla de hogar, de paraísos, de refugios. Así que, aquí ando yo, brindando con chocolate de Le Poeme, el mismo que, vestido de anonimato, me convirtió en acompañante.

P.D: Artículo publicado en la revista Lamuy nº 16 en febrero de 2019 pero escrita en noviembre de 2018 (contextualícense las referencias navideñas)

El hombre de la mujer mojarrita

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Pancarta en el 8M (de mi IG)

Hay un hombre para la mujer mojarrita, un hombre que sabe y que espera, que no asfixia pero está siempre ahí, que no constriñe pero acompaña. Es consciente de que su hábitat (el de ella) es el mar y la libertad pero también de que concibe la lealtad como la cualidad que rige su mundo y nunca le fallará.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que camina siempre con ella, hombro con hombro; que la mira de frente, que evita la condescendencia, el paternalismo, la protección. Tan malo es mirar de arriba hacia abajo como de abajo hacia arriba cuando se reconoce ante una igual.

Hay un hombre para la mujer mojarrita que también cede el paso. Y no por caballerosidad sino porque sabe cuándo es el su momento (de ella), entonces se retira discreto y contribuye desde un segundo plano a que se desarrolle y sea.

Hay un hombre para una mujer mojarrita orgulloso de mujeres que luchan, que piensan, que tienen conciencia, principios, independencia y poderío. Que no se siente amedrentado sino feliz. Que se asombra de las imágenes sin mujeres, que corrige los tics más profundos que habitan en el subconsciente con una tozudez que emociona.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que comparte listas interminables -de compras, de temas pendientes, de estocaje-, que se implica sin atosigar en los proyectos más vitales, que disfruta planificando en un día a día de pura logística compartida.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que propone más actividades que días libres tienen, que copa la agenda de exposiciones por ver y conciertos por susurrar, que tiene previstas ferias, fiestas y saraos porque disfrutar es también hacerlo juntos.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que se sabe sensible, que siembra de detalles el día a día, que se escapa a seguir regalando chocolates sólo porque sabe cómo le hace a ella de feliz. Un hombre que riega de carcajadas unas ocurrencias y se descubre temblón con las otras, sin ocultar ni un ápice las emociones que experimenta.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que baila en el salón, acapara la cocina, calienta la cama y le canta pasodobles para despertar.  Que le descubre que ella es una mujer mojarrita, quizás la mujer que siempre soñó ser, quizás la mujer por la que siempre peleó ser, quizás la mujer en la que ni ella misma habría osado reconocerse si no le cantara siempre el pasodoble para despertar.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que es acompañante, mejor que compañero. Porque frente a largos plazos, es capaz de despertarse cada mañana renovando su compromiso y la vocación de estar a su vera, acompañarla un día más en toda su complejidad y construir ese largo plazo desde un osado día a día.

Disculpas a Miguel Ángel García Argüez por retorcer su maravilloso concepto de mujer mojarrita de esta manera

Porqués y zarpazos

13335747_10208597732248231_6655785112544221430_nEn ocasiones me revoloteaban como pequeños abejorros que intentaba despejar a zarpazos. Eran momentos, apenas unos instantes, en los que me tentaban, me acechaban antes de que consiguiera hacerlos desaparecer.

En ocasiones regurgitaba algunos porqués. Por qué si no querías una relación… Por qué conmigo no… Y les acompañaba la tentación echar mano del flagelo con el me castigo sin piedad en cuanto se tercia.

Pero los despejé a zarpazos, me los quité de encima con determinación, no dejo que se posen ni reposen. Porque los porqués no tienen sentido ni las respuestas rebajan la añoranza, porque saber no ayuda a superarlo ni cambia en nada los ser, ni los estar, ni los quedarse, ni los irse.

Porque querer estar -o ser, o quedarse, incluso irse- es una opción ambivalente y reversible. Y revisable. Y revocable. Sin que medien motivos ni explicaciones, ni excusas. Porque se quiere o no se quiere -ser, estar, quedarse o incluso irse-; o se quiere ahora, pero mañana no; o ni hoy, ni mañana. Y es voluntario. Y cuando la voluntad se viste de no, qué mas da por qué.

Sólo queda aceptar, replegar, asumir y mirar para adelante. Y mantener intacto el cariño y el respeto. Y despejar a zarpazos los porqués que en ocasiones revolotean como abejorros, y la tentación de flagelarme. Porque no cabe rencor en el mundo de la voluntad, no cabe reproches donde no hay ataduras, no cabe reclamar si uno de los dos se planta.

Porque los motivos no rebajan las añoranzas, que han de pasar. Toca mirar hacia adelante sin que nada lastre tus pasos, los que necesitas para caminar tu vida con la libertad que da desprenderte de todo. También de los porqués.

Bienvenidos mis 41

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Por mis 41 (de mi IG)

Cumplí 40 asomándome a unos ojos a veces melancólicos, a veces entusiastas, siempre bañados de deseo; dejándome abrazar por letras, por música, por poesía; rodeada de amigos, y amigas, de quienes cruzan penínsulas con chaparrones de risas y complicidad;  y con mi familia siempre atrás, soportándome incondicional.

Cumplí 40 enamorándome. Y lo celebré allende y aquende las sábanas sintiendo más de lo que me permitía sentir. Nunca supe ponerme límites y por eso, en otras ocasiones simplemente evité.

Y con un gerundio que nunca llegó a presente, enfilé uno nuevo, el del des (enamorándome); sin dejar que la desilusión, los porqués, las añoranzas no previstas, o el espejo de frivolidad desde el que me enmarcaban, desmontaran esta serenidad de la que me he ido pertrechando de a poco durante los 39 años previos. Los desengaños siguen doliendo pero se amortiguan sin tantos dramas. Y tampoco esta vez permitiré que las cicatrices puedan extenderse hasta las ilusiones.

Avancé los 40 estrenando orfandad, descubriendo que la Ley de Vida y la inevitabilidad que se supone a ciertas etapas de tu vida no descargan el peso de la certeza de no verle más, ni la añoranza; ni menguan un amor infinito que se hace más presente con su ausencia.

Y me agarré a la vida. Aún más. Exprimí el Carnaval, la Feria, las fiestas, hasta la Semana Santa. Saboreé los platos, los vinos, las cervezas. Disfruté con charlas en la proa y salpicadas de espuma, dejándome acariciar por el sol; me seguí maravillando con un buen libro; descubriendo nuevas músicas, abandonándome a la melancolía de las conocidas y a la euforia de las que sé que me hacen bailar.

En los 40 se diluyeron amistades que entendía sólidas y se hicieron férreas algunas más recientes. Los porqués y el dolor de la marcha de las primeras se terminan compensando con la entrega de las que llegan: omnipresentes, solidarias, disfrutonas, especiales. Y con la consistencia de las que siguen a mi lado, las de siempre, las que están como una certeza indisoluble que me apuntala a lo que soy.

Comencé los 40, los mismos que ando terminando, con la resolución de cumplir sueños, de aquellos que he ido postergando durante años sin ser consciente del paso del tiempo y la errónea disposición de prioridades. Los había dejado en una cuneta, y con ello parte de lo que quería ser.

Enfrento ahora prácticamente los 41 queriendo seguir aprendiendo, queriendo seguir viviendo, con toda la rotundidad… sin que eso me vista de superficialidad. Enfrento los 41 con un sosiego que se me ha ajustado a la piel y ha atemperado mi alma.

Llegaré a los 41 sin que me avergüence sentir (ni enamorarme ni desenamorarme) porque forma parte de este no dejar que el miedo me paralice y me hurte experiencias. Porque los posos que asoman en mis arrugas, en mis sonrisas, en mis caricias, en mis conversaciones y hasta en mis cartucheras tienen cada segundo de vida, desengaño, aprendizaje, viaje, aventura, amistad, risas que me ha traído hasta aquí.

Y me siento cómoda: con los posos y con las arrugas. Bienvenidos mis 41.

Cambio de curriculum

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Reflejo y realidad (de mi IG)

¡Qué tentación ésa de inventarme el curriculum! ¡Qué divina cualidad, la de borrar de un plumazo lo que no te gusta de lo que eres y reflejar rotundamente lo que no has llegado a ser! Que tus aspiraciones se concreten y te dibujen, de nuevo; y de cara siempre a la galería.

Hay algo maravilloso en falsear los títulos y diplomas, algo de primario, de gregario, también de fantasioso y puede que hasta de inconformista. Al fin y al cabo, tiene algo de rebelarte con lo establecido, aunque sea lo establecido por ti, aunque tú tengas las herramientas para cambiarlo o las hayas tenido, en algún momento de tu vida.

Yo estoy tentada por momentos. Cambiar mi curriculum, ser otra yo. Pero mi inconsistencia y duda existencial me abre tal abanico, dependiendo del momento, que sería un lío para la galería descubrir en quién he derivado, según el ánimo.

Cuando el estrés me desborda, la vida atosiga sin tiempo y las decisiones se toman en fracciones de segundo, sueño con ser esteticista. Todo tan ordenado, tan pautado…  Cada terapia tiene los mismos movimientos, el mismo tiempo, los mismos productos. Sabes en cada momento qué paso sigue al previo, y cuál irá más tarde, sin margen a la improvisación, a la locura. No pensar, sólo seguir pautas, certezas. Control.

Cuando la calma se aquilata en tus horarios, los minutos se extienden, el tiempo libre, antes inexistente, ahora desborda previsiones y capacidades, me cambiaría por un acróbata, o por una productora de teatro en México, para cercenar la añoranza del caos que justifica que tu vida sea precisamente así. Hay frenazos que sacan a la cuneta.

Cuando se agotan calendarios, pondría en mi curriculum otras yo que quieren ser y que deberían haber sido. Aún puede ser que… Algún día… El curriculum cambie.

Tu legado y mi Carnaval

img_6106Hasta ahora, era una palabra más del diccionario. Sólo hace unas semanas sentí la dimensión de lo que engloba: ese frío sin mesura que se apodera de cada poro, de cada hueso, impidiendo que entre en calor por más que ponga empeño; ese vacío trascendental que me dice que no voy a volver a verte nunca más, ni a sentirte, ni a discutir contigo. Es una certeza que duele, que llega al centro del pecho, que explota y se retuerce, que se arraiga y no se desprende.

Orfandad.

Y no sé que hacer con esto que siento. Con esos sms que ya no te mandaré. Con esos besos que no te daré. Con las conversaciones de política que ya no tendremos. No sé mirar el Diario de Cádiz sin recordar tu militancia diaria; ni comer huevo hilado sin ver cómo lo traías cada Nochebuena, ni los huesos de santo que me regalabas en un paquetito cómplice. No sé qué hacer con este remordimiento por todo el tiempo que no pasé contigo; por las visitas y los ratos que te racaneé; por los desencuentros que dejé que nos distanciaran en más ocasiones de las que debiera.

Y por contra, canto. Canto a diario: tus canciones de la mili, tus coplas de carnaval -la peculiar banda sonora de muestra infancia-. Porque hoy y cada día, el carnaval me suena a ti, el carnaval me lleva a ti, el carnaval me recuerda a ti. A ti te debemos cada uno de las células de pasión que ponemos en esta fiesta; y las coplas añejas que nos cantiñeábamos sin que tuviéramos edad para conocerlas, como ese pasodoble de Los cristaleros o ese estribillo de Fletilla, que me pongo de vez en cuando para sonreírme de nuevo. Porque ahí estamos tú y yo felices, cómplices. El mismo Carnaval que Keco ha vivido este año como nunca, con un premio que ha compartido contigo antes que con nadie, porque es tuyo más que de nadie.

Tenían razón quienes me lo decían. Te lloro y te sonrío. Te extraño y te recuerdo con un amor infinito; el que igual no te demostré como debía. El que se ha materializado ocupando el hueco que ha dejado tu marcha y que se agranda por momentos. Te sonrío en cada pensamiento, en cada imagen, en cada copla. Te pienso y te sonrío.

Porque quiero sentirte así. Desde ahora y hasta siempre. Sentirte y sonreírte, y sonreírme porque no quiero que se nuble tu recuerdo ni mi añoranza. Y porque sé, Papá, que te fuiste sabiéndonos a tu lado siempre, agarrado de mi mano, como me pedías.

Y así transitaré del frío huérfano a la calidez de tu recuerdo. Y seguiré cantando mientras te recuerdo. Y seguiré sintiendo el carnaval como parte de tu legado. Como cuando cantaba contigo aquel «y chorreaba de aceite linaza» sin saber ni qué estaba cantando.

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Exit

jacas

Cuando las jacas. (De mi instagram)

Ha habido un referéndum.

Unipersonal.

Con un sí que es un no

Leave. Un exit

que no estaba en las encuestas

imprevisto

decepcionante.

El pueblo ha decidido

da igual por qué margen ajustado.

Y a este lado, los jefes de estado

de las tripas, del coco, del corazón,

se han reunido de urgencia

y han concluido «po vale».

Y no hay tertulias que analicen los por qué

ni artículos a los que invocar para la disolución

ni siquiera mecanismos para el cómo.

No hay respuesta al «y ahora qué»

porque no se puede disolver lo que no existía

ni siquiera la promesa de lo que pudo ser.

Ha habido un referéndum.

Unipersonal.

Y google, esta vez, no ha alertado de búsquedas masivas

a destiempo

«¿qué es una relación?»

«¿es esto una relación? ¿acaso?».

El pueblo ha decidido

Y el pueblo es sabio, libre

Un sí que es un no

Pudiera haber sido remain

Pero ha salido leave.

Y no importa por qué margen ajustado.

Exit

 

Allende las sábanas

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Marcando espacios

No me jures amor eterno. No lo necesito, no lo quiero, no me lo creo. No desgranes a mi lado todos los minutos, ni hables en futuro, siempre imperfecto. Pero no lo enfrentes levantando un muro inexpugnable que nos separe aún más de lo que lo estábamos cuando aún no nos conocíamos, ni bíblica, ni siquiera literalmente.

No te comprometas si no quieres. Yo aún no sé si lo quiero. Aún no sé qué quiero. Pero no prevengas también mis incertidumbres señalando de rojos miles de líneas, reduciendo el espacio, el tiempo, las palabras que podemos poner en común. Unilateralmente.

No te equivoques, no. No comprometerse no es ser arisco, cortante, defensivo; no comprometerse no es cercenar, no es evitar, no es fintar infinitamente. Porque saber de ti no es más que eso, amigo, saber de ti; porque intentar llevar confidencias más allá de la almohada no es más que eso, amigo, seguir charlando en torno a un café. No son cepillos de dientes sobre el lavabo ni gayumbos en la cesta de la ropa sucia…

No voy a renunciar a la complicidad, a la chispa, a la naturalidad allende las sábanas. Sin que eso conlleve listas de la compra. No voy a poner fronteras ni voy a autocensurarme si quiero preguntarte sobre aquel problema que me contaste. No tienes que sentirte incómodo con ese interés por ti, y si lo haces, es que no entiendes nada, chaval, porque estar pendiente no es más que empatía, cariño. Somos personas, amigos, amantes; amantes, amigos, personas. Y no pienso desprenderme de ninguna de esas pieles.

Y, te confieso, hasta ahora lo he hecho: he dejado el teléfono justo cuando iba a mandar ese «qué tal». Y me he llegado a sentir ridícula si alguna vez ha salido. Tus monosílabos son un parapeto tan evidente como tu locuacidad en otros momentos. Y esto no va así. Porque si no me siento cómoda, no soy feliz; si no me siento libre, no soy feliz; si no tengo iniciativa, no soy feliz. Y se trata de ser feliz. Y de ser yo.

Así que no jures amor eterno, no te comprometas, no hables en futuro, siempre imperfecto, ni en plural, pero deja la defensa siciliana, afloja los reveses, relaja. Si al follamigo le quitas el amigo, la ecuación se limita a un silbido, a un momento sin alma, prosaico, fugaz. Si no es bilateral hay uno que pierde. Y ya no voy a ser yo.

Llegar a tu destino

Constatación de la edad

Constatación de la edad

Debe ser la edad, la madurez, el pre-pureteo. Deben ser las canas, que tiñen mi pelo de tiempo y asientan en la mente sabiduría. O quizás sean las arrugas, que señalan el mapa de la vida, que acentúan allí dónde pones tú el acento (si es en el ceño fruncido o en la sonrisa amplia). Incluso tal vez sea la realidad que asoma a mi espejo, mostrándome una mujer que no creía ser mientras seguía agazapada en una chica que ya me temo que no soy.

Algo de todo esto debe ser, aún tengo que averiguar qué. Porque ya no tengo tanta prisa, sin que esto signifique renunciar a las ganas de paladearlo todo; ni tanto dolor, a pesar de que los desengaños sigan moreteando el alma y las ojeras; ni tan profundas decepciones.

Al final, las decepciones son culpa de uno. Tú te decepcionas, no te decepcionan (el reflexivo importa); por proyectar más de lo normal, incluso de lo sano, en según quien; por no darles tregua a fallar, a equivocarse; o simplemente a ser quien nunca dejó de ser.

Quizás las canas, las arrugas, el bíceps camino de colgarse son sólo las señales que te indican que estás llegando a un destino; a ese sitio donde encuentras perspectiva, donde le das importancia a las cosas sin desmesurarte en la reacción, donde encuentras sosiego en los detalles más insospechados y donde disfrutas de un inimaginable poder: el de saberte dueña de tu cuerpo y de tu mente.

Debe ser que estoy mayor cuando son estas reflexiones las que me vienen a la cabeza. Pero me he visto ante el espejo y no he reconocido a la mujer que me encontrado.