El hombre de la mujer mojarrita

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Pancarta en el 8M (de mi IG)

Hay un hombre para la mujer mojarrita, un hombre que sabe y que espera, que no asfixia pero está siempre ahí, que no constriñe pero acompaña. Es consciente de que su hábitat (el de ella) es el mar y la libertad pero también de que concibe la lealtad como la cualidad que rige su mundo y nunca le fallará.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que camina siempre con ella, hombro con hombro; que la mira de frente, que evita la condescendencia, el paternalismo, la protección. Tan malo es mirar de arriba hacia abajo como de abajo hacia arriba cuando se reconoce ante una igual.

Hay un hombre para la mujer mojarrita que también cede el paso. Y no por caballerosidad sino porque sabe cuándo es el su momento (de ella), entonces se retira discreto y contribuye desde un segundo plano a que se desarrolle y sea.

Hay un hombre para una mujer mojarrita orgulloso de mujeres que luchan, que piensan, que tienen conciencia, principios, independencia y poderío. Que no se siente amedrentado sino feliz. Que se asombra de las imágenes sin mujeres, que corrige los tics más profundos que habitan en el subconsciente con una tozudez que emociona.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que comparte listas interminables -de compras, de temas pendientes, de estocaje-, que se implica sin atosigar en los proyectos más vitales, que disfruta planificando en un día a día de pura logística compartida.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que propone más actividades que días libres tienen, que copa la agenda de exposiciones por ver y conciertos por susurrar, que tiene previstas ferias, fiestas y saraos porque disfrutar es también hacerlo juntos.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que se sabe sensible, que siembra de detalles el día a día, que se escapa a seguir regalando chocolates sólo porque sabe cómo le hace a ella de feliz. Un hombre que riega de carcajadas unas ocurrencias y se descubre temblón con las otras, sin ocultar ni un ápice las emociones que experimenta.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que baila en el salón, acapara la cocina, calienta la cama y le canta pasodobles para despertar.  Que le descubre que ella es una mujer mojarrita, quizás la mujer que siempre soñó ser, quizás la mujer por la que siempre peleó ser, quizás la mujer en la que ni ella misma habría osado reconocerse si no le cantara siempre el pasodoble para despertar.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que es acompañante, mejor que compañero. Porque frente a largos plazos, es capaz de despertarse cada mañana renovando su compromiso y la vocación de estar a su vera, acompañarla un día más en toda su complejidad y construir ese largo plazo desde un osado día a día.

Disculpas a Miguel Ángel García Argüez por retorcer su maravilloso concepto de mujer mojarrita de esta manera

Bienvenidos mis 41

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Por mis 41 (de mi IG)

Cumplí 40 asomándome a unos ojos a veces melancólicos, a veces entusiastas, siempre bañados de deseo; dejándome abrazar por letras, por música, por poesía; rodeada de amigos, y amigas, de quienes cruzan penínsulas con chaparrones de risas y complicidad;  y con mi familia siempre atrás, soportándome incondicional.

Cumplí 40 enamorándome. Y lo celebré allende y aquende las sábanas sintiendo más de lo que me permitía sentir. Nunca supe ponerme límites y por eso, en otras ocasiones simplemente evité.

Y con un gerundio que nunca llegó a presente, enfilé uno nuevo, el del des (enamorándome); sin dejar que la desilusión, los porqués, las añoranzas no previstas, o el espejo de frivolidad desde el que me enmarcaban, desmontaran esta serenidad de la que me he ido pertrechando de a poco durante los 39 años previos. Los desengaños siguen doliendo pero se amortiguan sin tantos dramas. Y tampoco esta vez permitiré que las cicatrices puedan extenderse hasta las ilusiones.

Avancé los 40 estrenando orfandad, descubriendo que la Ley de Vida y la inevitabilidad que se supone a ciertas etapas de tu vida no descargan el peso de la certeza de no verle más, ni la añoranza; ni menguan un amor infinito que se hace más presente con su ausencia.

Y me agarré a la vida. Aún más. Exprimí el Carnaval, la Feria, las fiestas, hasta la Semana Santa. Saboreé los platos, los vinos, las cervezas. Disfruté con charlas en la proa y salpicadas de espuma, dejándome acariciar por el sol; me seguí maravillando con un buen libro; descubriendo nuevas músicas, abandonándome a la melancolía de las conocidas y a la euforia de las que sé que me hacen bailar.

En los 40 se diluyeron amistades que entendía sólidas y se hicieron férreas algunas más recientes. Los porqués y el dolor de la marcha de las primeras se terminan compensando con la entrega de las que llegan: omnipresentes, solidarias, disfrutonas, especiales. Y con la consistencia de las que siguen a mi lado, las de siempre, las que están como una certeza indisoluble que me apuntala a lo que soy.

Comencé los 40, los mismos que ando terminando, con la resolución de cumplir sueños, de aquellos que he ido postergando durante años sin ser consciente del paso del tiempo y la errónea disposición de prioridades. Los había dejado en una cuneta, y con ello parte de lo que quería ser.

Enfrento ahora prácticamente los 41 queriendo seguir aprendiendo, queriendo seguir viviendo, con toda la rotundidad… sin que eso me vista de superficialidad. Enfrento los 41 con un sosiego que se me ha ajustado a la piel y ha atemperado mi alma.

Llegaré a los 41 sin que me avergüence sentir (ni enamorarme ni desenamorarme) porque forma parte de este no dejar que el miedo me paralice y me hurte experiencias. Porque los posos que asoman en mis arrugas, en mis sonrisas, en mis caricias, en mis conversaciones y hasta en mis cartucheras tienen cada segundo de vida, desengaño, aprendizaje, viaje, aventura, amistad, risas que me ha traído hasta aquí.

Y me siento cómoda: con los posos y con las arrugas. Bienvenidos mis 41.

Anatomía de un instante

Foto 24-3-15 10 58 19Bajaban atropellados, entre pitos de los coches que se iban formando cola justo atrás. Hacían recuentos de plumas -enormes plumas- y tambores -de todos los tamaños-, con toda la prisa de una mañana de sábado, con todo el entusiasmo de su juventud. Y no era una cofradía del Mardi Gras, ni aquello era Nueva Orleans. Pero era a lo que más se asemejaban esos cincuenta chavales que portaban grandes plumas y tambores bloqueando el tráfico.

Entre calabacines y legumbres, una gaita tapaba el bullicio y atenuaba las ventas del mercadillo ecológico. Sus notas tenían algo de rústico que casaban bien con los puestos y la mercancía, con la vida que conlleva comerciar cuando se hace con los preceptos de siempre, ofreciendo lo mejor de cada tierra. Al final era todo primario: los trámites y la música, y el deleite de compartir a la vez las dos experiencias, que resultaron ser complementarias sin proponerlo.

Un viejo rolls pasaba por donde apenas un segundo antes un autobús bloqueaba la circulación. Dentro viajaban todas las ilusiones, igual caducas, igual con fecha de caducidad, que visten de tul y se acompañan de flores. Quien sabe qué piense ahora esa novia, o el conductor que ha llevado ya cien veces a otras tantas novias y a otras tantas ilusiones. Para él no es más que rutina, para ella era lo extraordinario, ese momento que ha soñado tantas veces, desde niña, si es que alguna vez fue una de esas niñas que alimentaban su imaginación proyectando ese momento en que llega al altar. Quien sabe.

Y mientras removía el azúcar en el café, aún con sueño, la chica de los rizos pelirrojos que desplegará más tarde el periódico fija la mirada en la nada. La realidad de las noticias que esperan a salir del papel que hay en su mano contrasta con la de su cabeza. Ésa es otra. Sus pensamientos desmenuzan los mecanismos del deseo y cómo éste enfoca y desenfoca personas en tu vida de una manera tan irracional y hasta caprichosa. Y lo hilvana -las cosas de los pensamientos- con esos paréntesis que se abren y se cierran en tu vida sin tiempo a que quepan siquiera ni unos puntos suspensivos.

Cualquier cineasta habría seguido estas historias, que terminarían o no entrelazándose y dando lugar a desenlaces soprendentes donde la protagonista es más la serendipia que las historias en si. Las casualidades terminarían haciendo confluir las vidas, manejadas desde algún sitio con un hilo invisible. Cualquier escritor habría imaginado qué ocurrió a partir de ese punto, qué vidas más o menos novelables, más o menos narrables, se esconden tras cada uno de ellos. O no. Igual la historia es sólo esto: la magia que alberga la vida. Toda la vida que puede albergar un solo instante de una mañana de sábado. Y un periodista igual solo aspiraría a contar esa vida, en ese momento. Sin más. Ni menos

#güeritaenmexico

Y así comenzaba mi aventura. De la mano de Manu

Y así comenzaba mi aventura. De la mano de Manu

Aquí casi que no soy Taite, no. Aquí soy güerita para casi todos los que no saben mi nombre.

Güerita me gusta porque no tiene dobleces, es puro cariño. Es curioso que para la RAE sea lo mismo el apelativo que usan en México para las rubias que algo vacío o hueco (la RAE dando la razón al viejo mito). Hace ya casi dos meses que soy güerita en un país que me ha dado la bienvenida con toda su riqueza, con todas sus similitudes y sus diferencias con el sitio desde donde vengo, con toda la amabilidad que rezuma, con todo su colorido, con todas sus contradicciones.

Hace casi dos meses ya que me embarqué en esta aventura que está resultando dura a la par que fascinante. Hace casi dos meses que decidí dejar una etapa atrás y abrir un paréntesis que me permitiera seguir aprendiendo, continuar acumulando vivencias que poder atesorar. Hace casi dos meses que vivo en otro huso horario, en otras costumbres, en otra gastronomía, en otro lenguaje. Y sobre todo, con otros desafíos que nada tienen que ver con lo que venía haciendo, incluso tampoco con lo que venía siendo (o sí). Si se trataba de salir de la zona de confort, aquí lo hacemos por la puerta grande. Y conste que no sé si esto es realmente bueno o si tiene si acaso un punto de locura.

No se trataba tanto de cambiar mi vida, que también, pero no fue el punto de partida. No. Se trataba de no perder una oportunidad que se me brindaba de embarcarme en una aventura, en un nuevo reto, abriendo mi mente y mi bagaje. Hoy alguien ha llegado a este blog por un alambicado camino («a veces quisiera que todo cambiara») y más allá de la reflexión de que nunca he tenido a Google por un oráculo (desconozco qué extraño algoritmo ha funcionado), no he parado de pensar en esa necesidad de ruptura que en ocasiones se siente y asfixia. Hay quienes se cortan el pelo, se lo tiñen de un color extraordinario, hay quienes se compran un coche, una bici o lo que sea, hay quienes simplemente conviven con él. Igual yo no habría hecho nada, no, no era el punto de partida cambiar mi vida. Igual no soy tan valiente como Fátima (ni me quedaría tan bien el rojo). Solamente me subí a un tren que pasó por mi lado, que vino hacia mi, en forma de confianza, de entusiasmo, de brillantez y de valentía (y conste que estos adjetivos no son para mi sino para quien me jaló de la mano y me propuso como destino un Destino en México).

Siempre he sentido el apoyo de los míos, el cariño y el soporte. Pero en esta aventura los he tenido realmente cerca, los sigo teniendo cerca. Me han animado, me han acogido, me han despedido, me siguen teniendo en sus vidas como si 8000 km no fueran nada. Desde mi jefa, mi otro jefe (el anterior), mi nuevo jefe (acumulo jefes, que ya son amigos y amigos que ya son jefes), mis amigos, mi hermano, mi cuñada, mis padres, todos han compartido esta aventura conmigo haciéndome sentir una persona realmente afortunada. Y cruzando el charco, en este otro hemisferio, también he encontrado a personas que me han acogido en su vida, que me brindan su cariño y profesionalidad, que me hacen sentirme en casa, también aquí.

Y aquí estoy. A unos días de llevar dos meses de güerita. Siendo yo en otra circunstancia. Intentando estar a  la altura del reto y de la confianza que han depositado en mi. Y sobre todo intentando beberme cada segundo y comerme (de la gastronomía maravillosa y la distorsión que llega a España hablaremos en otro momento) cada sabor de cada día. Porque todo lo que estoy viviendo es mi mejor riqueza.

P.D. No es que tenga esto olvidado, no. Y las palabras, los pensamientos, los sentimientos y hasta los cada vez más escasos casos se me acumulan en la punta de los dedos y me cosquillean. Es sólo que no me da la vida para más. Prometo volver y seguir contando.