No pido mucho

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El 2016 es así de mío (Arrancar el año en Bolonia. Foto de Mónica Segura)

No pido mucho, apenas nada: tener en el bolsillo lo suficiente para que no falten las cervezas con los amigos, seguir descubriendo bares y sorprendiéndome con sabores, maravillarme de que me siga maravillando cada día los atardeceres por el Campo del Sur y el olor a mar que me abriga como la manta en el sofá, arraigándome a lo que entiendo por casa.

El 2016 sería maravilloso si, además, me alimentara la fuerza de voluntad para continuar con el pilates y con alguna que otra carrerita; me mantuviera el sosiego que me acompaña desde hace un tiempo y se me tatúa en las arrugas; si se perpetuara esta felicidad tan simple, tan simple, que no aspira a más que a tener en el bolsillo lo suficiente para que no falten las cervezas con los amigos, a maravillarme con atardeceres y a saborear la tinta de un periódico migada con café mañanero. He descubierto que la felicidad es eso, saborear todos los momentos, y ahora no quiero perder esta pequeña sabiduría.

También quiero, querido 2016 que estás por descubrir, empacho de carnaval, una banda sonora (off y on) que no deje de sonar y que se salpique de Ruibal, siempre Ruibal; pero que también me descubran nuevos sones, nuevas letras que me hagan reír, sentir, vibrar, llorar. Y más domingos con delantal y cuchara de palo, con A vivir de fondo; y más tardes de sofá, y más series, y más libros.

No pido mucho. Bueno, si, ya me voy pasando. Pero también quiero estar siempre a la altura, de mis amigos, de mi familia, de mi trabajo. Y que cuando no lo esté, que una no es perfecta, pueda darme cuenta y rectificar. Y me lo perdonen mis amigos, mi familia, mi trabajo. Estar a la altura no es demasiado, o igual si: es ser coherente, consecuente, no fallar, saber adivinar cuándo te necesitan más que nunca aunque no te lo digan. Bueno, si, ya me voy pasando. Pero el 2015 ha sido básicamente bueno, realmente bueno.

Y más risas, muchas más risas, siempre risas. Pido que sigan las risas, que crezcan las risas, que se me tatúan también en las arrugas. Con amigos que juegan en la championlí del humor y de la complicidad, con carcajadas en el sofá ante ese «piensa padentro»; con amigas que le pegan patadas al diccionario, a las canciones, a la vida pero no pierden la sonrisa ni la capacidad de que llore hasta las lágrimas; con más amigas con ocurrencias y dobles sentidos, con propósitos de año nuevo fugaces, con salidas en espanglish. Y más risas, muchas más risas, también en la cama, y en el pre-cama, y en el post-cama.

Podría pedir, ya puestos, nuevos destinos viajeros, sitios de los que empaparte y con los que sorprenderte pero igual lo dejo para otro año, ya veremos, porque también quiero un 2016 en el que ser más yo, más todo lo yo que siempre he querido ser.

Molinillo y parálisis

El día en que compré Sueño

El día en que compré Sueño

Las personas a las que admiro me producen parálisis. Nunca sé qué decir, cómo reaccionar, cuando me las presentan, cuando me enfrento a ellas; y a fuerza de no querer parecer lela, acabo siendo la peor versión de lo que pudiera ser. No puedo evitarlo. Mi mente funciona a destajo, buscando algo interesante que decir, desdeñando todas las patochadas que relampaguean, plantando en mi cara una sonrisa estúpida y desordenando mis reacciones.

A Ruibal lo entrevisté cuando trabajaba en Diario de Cádiz. Ya hacia tiempo que su música acompañaba mis días, ya llevaba años alimentándome de su poesía y acompasándome de sus ritmos. Ya compraba, devota, sus discos, apenas salían. Así que a Javier Ruibal lo entrevisté cuando trabajaba Diario de Cádiz. Y frente a Ruibal desplegué la mejor de mis parálisis (que aún hoy perdura).

Apenas si pude articular las preguntas, preparadas. Porque era un Molinillo, y aún ahora, si tuviera que explicar a alguien en qué consistía el Molinillo, creo que no sería capaz de disponer de un argumento convincente. Podría defenderme de un primer asalto de mi interlocutor y asegurar que en esta inconcreción no cabe ni un resquicio de improvisación; o sea, que no es que se dejara todo a una suerte de frenesí de última hora; pero mentiría porque algo del vértigo de no llegar también había. Pero, sobre todo, mi incapacidad para definir esta sección (que se publicó en Diario de Cádiz allá por el 2002) radica en que el concepto del Molinillo se atenía a unas claves que Tano Ramos (el que lo gestó y parió y que contó conmigo como firma alterna) y yo teníamos bien interiorizadas, aunque no fueran explícitas. Algo como «lo tengo todo aquí».

Coincidíamos en que tenía que ser una entrevista diferente a gente diferente. Y por ello huíamos de los “portavoces incondicionales”, aquellos que siempre llenaban las páginas del medio en cuya plantilla nos incluíamos. Sólo dos políticos encontraron un hueco entre nuestro desquiciado elenco de invitados junto al entonces entrenador del Cádiz, a letrados, a voluntarias, arqueólogas, profesores, músicos… Todos tenían un nexo común: se descontextualizaban en parte de lo que eran y representaban y se vestían con un traje de ciudadano que opinaba de la actualidad, que exponía su criterio sobre lo que acontecía a su alrededor.

Así que Ruibal fue uno de los elegidos, por músico, por gente diferente. Porque si. Y en esa descontextualización como ciudadano hace gala de la coherencia y el compromiso que aún hoy, trece años después, le caracteriza; si acaso (ahora) agudizado por la pátina del tiempo, por la experiencia de la madurez; por la vida. Y asombra la vigencia de muchos temas, trienios después.

Podría volver a contar lo que la música de Ruibal significa para mi, pero ya lo he hecho aquí, aquí, aquí. Y no es plan de ponerse empalagosa. Ni caer en lo patológico. Sólo que, aprovechando que esta semana celebra 35 años en la música, aprovecho yo para recuperar esta entrevista, para asombrarme con la actualidad de los temas, para reivindicar al músico y a la persona. Incluso para recordar lo que fui.

Entrevista en Diario de Cádiz. Nociembre de 2002

Entrevista en Diario de Cádiz. Nociembre de 2002

Faltriquera de supervivencia

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Imagen en una calle de Cádiz. Foto de Anago Gutiérrez

Quizás sea porque aún sigo en shock por ver cómo el shock puede que esté orquestado; quizás sea porque la lectura de La Historia Interminable, ese libro que marcó mi adolescencia, me hizo cuidarme de las ciénagas de tristeza que te hacen sentirte tan mal que siempre acaban devorándote; quizás sea porque más tarde Harry Potter trajo a mi vista y mi imaginación a aquellos dementores que te absorben la esperanza y los pensamientos positivos; pero creo que hay enemigos que acechan, malos muy malos que quieren arrebatarnos lo poco que nos queda: la esperanza, la sonrisa. Una vez conseguido, estaremos vencidos, a su merced.

Quizás sea por todo eso, o quizás no, pero como los héroes de mis novelas, estoy empezando a hacer acopio de un arsenal de armas fuertes, invencibles; armas capaces de sacarnos de la ciénaga, cuando estemos a punto de sucumbir; que puedan alejarnos a los dementores, en ese momento en que nos vayan a dar el beso mortal; que mantengan nuestros mejores atributos, prácticamente los únicos ya, a salvo de tanto embate mortal.

De esta forma, cuando entro en bucle, cuando me siento encima la nube negra que llevaba el indio de Lucky Luke, saco de mi particular faltriquera algunos de los ingenios que he ido acumulando; a saber: las mesas y sobremesas con los amigos, a veces filosofando, a veces inventando chirigotas imposibles que nunca vieron la luz -lo cual agradece nuestra imagen-; las confidencias y los gestos con los que no hace falta hablar; los paseos y atardeceres, también algunos amaneceres; las risas, el humor, el ingenio por whatsapp, line y hasta sms; las callejeras, el concurso; los ratos con Guille, con Carmen, con Carlos y sus conversaciones de personita mayor; los libros que huelen y te transportan. Y la música, siempre la música, ésa que es capaz de movernos y removernos, de retorcernos de melancolía o aportarnos el subidón que merecemos.

Yo, de vosotros, iría también haciéndome con uno de éstos porque el invierno está llegando, porque dejarnos abatir por el pesimismo no es más que ponernos a merced de todos los que quieren quitarnos el reino que construimos y que, frente al de mis libros, era de verdad. Y como saber que estáis al otro lado cuando hace falta es otro de mis alicientes, espero que sigamos viéndonos por aquí o por donde se tercie otro año más. Espero que siga habiendo tocamiento de palmas, allegados que publiquen librosmaestros que sigan creando y citas a las que no faltar. Porque todo avituallamiento es poco para lo que nos espera.

Así que os he dejado aquí mis cosas favoritas, al más puro estilo de María en Sonrisas y Lágrimas. Faltarán algunas o incluso muchas pero no era plan de ponerme pesada.

Y como wordpress se ha currado estas estadísticas, pues también os las dejo no sin antes prometer que en breve dejaré de escribir mis cosas y retomaré los casos por los que nació este blog.

Aquí hay un extracto:

600 personas llegaron a la cima del monte Everest in 2012. Este blog tiene 5.900 visitas en 2012. Si cada persona que ha llegado a la cima del monte Everest visitara este blog, se habría tardado 10 años en obtener esas visitas.

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