Molinillo y parálisis

El día en que compré Sueño

El día en que compré Sueño

Las personas a las que admiro me producen parálisis. Nunca sé qué decir, cómo reaccionar, cuando me las presentan, cuando me enfrento a ellas; y a fuerza de no querer parecer lela, acabo siendo la peor versión de lo que pudiera ser. No puedo evitarlo. Mi mente funciona a destajo, buscando algo interesante que decir, desdeñando todas las patochadas que relampaguean, plantando en mi cara una sonrisa estúpida y desordenando mis reacciones.

A Ruibal lo entrevisté cuando trabajaba en Diario de Cádiz. Ya hacia tiempo que su música acompañaba mis días, ya llevaba años alimentándome de su poesía y acompasándome de sus ritmos. Ya compraba, devota, sus discos, apenas salían. Así que a Javier Ruibal lo entrevisté cuando trabajaba Diario de Cádiz. Y frente a Ruibal desplegué la mejor de mis parálisis (que aún hoy perdura).

Apenas si pude articular las preguntas, preparadas. Porque era un Molinillo, y aún ahora, si tuviera que explicar a alguien en qué consistía el Molinillo, creo que no sería capaz de disponer de un argumento convincente. Podría defenderme de un primer asalto de mi interlocutor y asegurar que en esta inconcreción no cabe ni un resquicio de improvisación; o sea, que no es que se dejara todo a una suerte de frenesí de última hora; pero mentiría porque algo del vértigo de no llegar también había. Pero, sobre todo, mi incapacidad para definir esta sección (que se publicó en Diario de Cádiz allá por el 2002) radica en que el concepto del Molinillo se atenía a unas claves que Tano Ramos (el que lo gestó y parió y que contó conmigo como firma alterna) y yo teníamos bien interiorizadas, aunque no fueran explícitas. Algo como «lo tengo todo aquí».

Coincidíamos en que tenía que ser una entrevista diferente a gente diferente. Y por ello huíamos de los “portavoces incondicionales”, aquellos que siempre llenaban las páginas del medio en cuya plantilla nos incluíamos. Sólo dos políticos encontraron un hueco entre nuestro desquiciado elenco de invitados junto al entonces entrenador del Cádiz, a letrados, a voluntarias, arqueólogas, profesores, músicos… Todos tenían un nexo común: se descontextualizaban en parte de lo que eran y representaban y se vestían con un traje de ciudadano que opinaba de la actualidad, que exponía su criterio sobre lo que acontecía a su alrededor.

Así que Ruibal fue uno de los elegidos, por músico, por gente diferente. Porque si. Y en esa descontextualización como ciudadano hace gala de la coherencia y el compromiso que aún hoy, trece años después, le caracteriza; si acaso (ahora) agudizado por la pátina del tiempo, por la experiencia de la madurez; por la vida. Y asombra la vigencia de muchos temas, trienios después.

Podría volver a contar lo que la música de Ruibal significa para mi, pero ya lo he hecho aquí, aquí, aquí. Y no es plan de ponerse empalagosa. Ni caer en lo patológico. Sólo que, aprovechando que esta semana celebra 35 años en la música, aprovecho yo para recuperar esta entrevista, para asombrarme con la actualidad de los temas, para reivindicar al músico y a la persona. Incluso para recordar lo que fui.

Entrevista en Diario de Cádiz. Nociembre de 2002

Entrevista en Diario de Cádiz. Nociembre de 2002

El tejedor en el foro

Ruibal en el Foro del Tejedor. Su presentación en México

Ruibal en el Foro del Tejedor. Su presentación en México

Foro del Tejedor. Y allí se tejieron una a una miles de notas, de sentimientos, de deseos que llenaron la noche de música y poesía. Afuera llovía, a mares. Y adentro, toda la calidez del sur calentó nuestras almas.

Foro del Tejedor. Y fue el tejedor el que nos fue atrapando con su guitarra sin límites, con su versátil voz, con su música de otros mundos, de este mundo, en una red de coplas que contiene todo el cariño y todo lo de uno mismo que se vierte en la artesanía.

Foro del tejedor. Y ni un resquicio del foro quedó sin música. No sé cómo lo hace el maestro, misterio, para que una guitarra y un trovador regalen tanta música cuando alcanzan esa simbiosis. Ruibal en concierto obra un milagro, y tengo quinquenios asistiendo a él, porque la imposible manera de tocar y los miles de matices de su voz hacen que no necesites más, que no eches en falta más orquestación, que incluso te lleguen a sobrar si están; porque la música de Ruibal es tan honesta, su complejidad es tan sincera que los artificios terminan chirriando.

Me descubrí recitando cual letanía cada una de las letras: Agualuna, Tu nombre, Guárdame, Para llevarte a vivir, el Ave del paraíso. No tiene ciencia, ninguna, Ruibal es probablemente tres cuartas partes de la banda sonora de mi vida. Y tras años de devoto empape de su discografía aún sigo sorprendiéndome, al re-escuchar discos trillados de tantas vueltas, con frases y matices que no había advertido, con sentimientos nuevos que no había encontrado. En el foro del tejedor llegué a emocionarme hasta las lágrimas con todo lo que llegué a sentir. Es parte de la magia de la música. En directo. Y es parte de la magia del tejedor que vino de Cádiz.

Dice Ruibal que sus letras hablan del amor, un amor que nos llena pero no nos satura ni nos limita, que nos acompaña pero no nos atosiga, que es sensualidad, sexo, complicidad, entrega. «Yo quiero que me quieran así», ésa es para el maestro la clave de por qué nos llena su música. Y puede que sea sólo eso. Y yo quiero que me quieran así. Como se llego a querer y a cantar en el Foro del Tejedor, la noche en que Javier Ruibal se presentó en México, la noche en que afuera llovía a mares y dentro nos llenamos de calidez. Y la noche en que me sentí más viñera de postín que nunca. A 8000km de mi casa en la Cruz Verde.

Higiene mental

Planes de domingo o intentar ser normal

Ay, que al final está pasando lo que me temia: que sólo me acerco aquí muuuy de tarde en tarde y para contar mis otras cosas. No mis experiencias y mis reflexiones del trabajo, no; ésas que iban a ayudar (o no) a los demás, sino todas las demás pamplinas, inquietudes y válvulas de escape.

Así que éste, mi rincón, se llena de música, de libros, de pensamientos, incluso de periodismo; y parece que huyo (más consciente que inconscientemente) de todo lo que tenga que ver con mi trabajo. Y ustedes lo entenderán, ¿no? Cuando una faceta de tu vida te come prácticamente el 100% de ésta, el poco tiempo que te queda (o que te obligas a que te quede) prefieres desconectar del todo. Lo hago aquí y en mi vida.

Hay veces que me asomo al twitter para decir una pamplina, de las mías; aun a riesgo de parecer frívola. En ocasiones me lo pienso, lo de si poner ciertas cosas o no. Pero así soy yo. Y mi twitter es mío. Y no tengo por qué cortarme. Porque necesito del humor, porque es como la válvula de las ollas exprés, ésas que corrigen la presión para que no termine explotando.

Y si vieran mi vida: las horas a las que llego a casa, cuando me pongo a escribir (siempre a deshora y después de haber buscado un rato para ir al gimnasio y haber descubierto que los yogures con fecha de caducidad cumplida de un mes son el comodín perfecto cuando no hay cena) podrán ponerse en mis zapatos y entender por qué acabo escribiendo de los temas que, en principio, eran accesorios, y dejo a un lado los que pretendían ser vertebrales. Me convenzo de que es un excelente ejercicio de higiene mental cuando no tengo la certeza que no soy muy normal.

Y en estas contadas horas en las que no pienso en lo único (y no, no es el sexo, más quisiera), ya con el pijama y dejando en la cómoda los marrones y preocupaciones, en éste autodeterminado ejercicio de higiene mental que me he impuesto, tengo algunos refugios que suelen ser infalibles. Los más seguros son mis amigos, con sus reflexiones serias y las risas a mansalva, sus bucles y las complicidades. Si es que no, tengo a mano siempre una dosis de música, de cine, de series de TV, de libros; incluso hubo un tiempo en el que hacía punto (contar dos del derecho y dos del revés no dejaba sitio en mi mente para mucho más). Incluso la odisea de mantener una cotidianidad es un buen remedio: llegar siempre a deshora al súper, apurar minutos para conseguir que me depilen sin que cierre, poner lavadoras, planchar, ordenar… O me asomo por la red.

Y una parada obligada es el mundo de Jomeini, son las historias de Terro y Susanita, en sus confesables momentos con la depilación (cuánta solidaridad)… En ocasiones acabo a carcajadas porque tiene lo mejor del humor; a saber: seríe de sí misma, advierte su vida y las situaciones con las que tropieza con esa mezcla de ironía y mordacidad; y la cuenta con desparpajo. Por eso no tengo ninguna duda de que me voy a tirar a la tienda a por su nueva obra, el spin of de su blog. Porque si uno de los libros que tienes a manos para escapar de toooodo lo que te pesa tiene lo mejor de Jomeini, es un refugio seguro.

Milagros que no son milagros

Varita mágica de Carmen. La tomé prestada

Chica diagnosticada con una enfermedad rara que hace una colecta para someterse a un tratamiento de dudosa validez en una clínica alemana que fue cerrada por las prácticas que llevaba a cabo. A esta clínica también iba a acudir otro niño de Jerez.

Hay decenas de casos parecidos a éstos, todos los días, en todos los rincones de España; situaciones que hablan de lo importante que es la esperanza en determinadas ocasiones pero también de que hay muchos intereses de por medio, mucha osadía y muchos desalmados. Menuda mezcla.

Y se trata de historias humanas –que tocan a los lectores, los oyentes, telespectadores– porque hablan de personas que luchan, que se desesperan, que no cejan en su intento de buscar una rendija de esperanza en un futuro, la mayor parte de las veces, negro o gris. Y por ello encuentran hueco en las páginas de los periódicos, en los programas de la radio y en televisión. Y se exponen historias y datos clínicos con mayor o menor profusión, que son acogidas con mayor o menor pudor, dependiendo del amarillismo de las secciones.

Así, se apela a la sensibilidad y solidaridad de la ciudadanía y se montan rifas, conciertos, partidos de fútbol; se ponen cuentas para ingresos voluntarios de manera que se recauden fondos que faciliten los costes de esa alternativa.

En la mayoría de las ocasiones, intentar explicar que se trata de tratamientos o terapias no probadas y que suelen ser un timo hace que parezcamos personas desalmadas que no entendemos la tragedia cercana. Lo mismo que ocurre si procuramos hacer ver que están hablando de traslados descabellados a otros países para acceder a opciones que se ofrecen aquí, en casa. Pero estoy convencida de que nos toca, como responsables de comunicación y como institución, hacer esta labor pedagógica que no siempre es bien entendida.

Quizás sea el sempiterno complejo de inferioridad que nos acompaña históricamente (a los españoles y a los andaluces) el que nos hace pensar que opciones terapéuticas en otros países tienen más visos de fiabilidad que si se hacen en el Sistema Nacional de Salud, cuando el nivel de resolución de nuestros centros sanitarios, con la tecnología de la que disponemos y, sobre todo, la excelencia de los profesionales, hace que prácticamente se incorpore toda técnica novedosa que sea validada por la comunidad científica. De tal manera que son excepcionales las soluciones que puedan dar en otros sitios y no en la sanidad pública.

Nos toca explicar que hay procedimientos establecidos y el sistema funciona en red. Así, si para una enfermedad específica existiera una técnica probada que no se ofrece en Andalucía pero sí en otra comunidad, se autoriza la derivación y se corre con los gastos. Al igual que si no se ofrece en España pero sí en otro país. El único requisito: que la técnica cuente con evidencia de que funciona para esa situación; es segura y está probada. Lo que no siempre pasa.

Intentar que familias que luchan por una esperanza y se aferran a una salida entiendan todo esto y alcancen a ver que pueden ser atendidos perfectamente en un centro propio suele ser tarea imposible. Y puede llegar a ser comprensible.

Pero no debería serlo tanto que lo entendieran quienes tienen que hacer llegar a la sociedad la información y quienes desdeñan estos datos en pos de la historia humana. Si no conseguimos que la pedagogía trascienda a los medios probablemente sea porque nosotros no lo sabemos hacer. ¿A vosotros se os ocurre cómo?

Y me hice de La Canalla

Yo no tenía ni que estar en la Fnac pero, como tiene ese imán que me llama a buscar cualquier fruslería, de las que siempre tengo en la recámara de los antojos, hice escala en la tienda. Mi destino ese día era la música, pero no la música con la que me encontré. O eso creía yo.

Ese día era «El acontecimiento», Poveda cantaba en la Bienal de Flamenco, y todos: puristas y rompedores, flamencólogos y nuevos aficionados, se daban cita en La Maestranza deseosos de comprobar qué espectáculo se traía el cantaor en la chaqueta. Ésa era también mi cita (yo no soy ni lo uno ni lo otro, una simple curiosa musical) O eso creía yo.

Hoy (hace un año casi) no recuerdo qué fui a comprar ni si me lo llegué a llevar porque hoy (hace un año casi) sonrío al recordar que entré en la Fnac aquel día y, sin pensarlo, sin preverlo, sin pretenderlo, me encontré con La Canalla.

Bueno, realmente me encontré con esto que veis: un grupo de músicos apegotonados y tres colaboradores de excepción que cortaban jamón y lo repartían a los que nos agolpábamos en la pequeña sala. Pero un grupo que hacía una música distinta, que derrochaba frescura, que sonaba diferente, que no es poco en los tiempos que corren. Me llevé el disco, me fui al concierto de Poveda, desgasté el disco de escucharlo. Y me hice de La Canalla.

Anoche volví a ir de concierto con ellos y volví a sentir todo lo que descubrí aquel día, hace ahora casi un año. Puede que, como ayer, los acordes que había escuchado en el disco (y casi había memorizado) no se reconozcan tal cual en el directo. Porque en vivo, la música fluye, los solos de trompeta se desdibujan y vuelven a dibujar, las piezas a piano se acompasan y aparsimonian, y las genialidades de Chipi salpican momentos en que la magia de la música te envuelve sin más. Porque La Canalla es improvisación, es fuerza, es diálogo, es diversión. Es sentir que la música es algo que te hace dejarte llevar (por el universo infinito de las cosas), que te empuja a dejarte llevar.

Y lo que queda es la poesía; a veces absurda, a veces capaz de rozarte el alma. Y las palabras, seleccionadas primorosamente por un amante de las letras que las va engarzando en un abalorio rico y colorido que te hace reencontrarte con ese gusto por el contenido, más allá de la melodía. Pero también queda la melodía, la música, variada, diferente, mixta capaz de emulsionar el jazz con la copla con el tango.

La Canalla es difícil de catalogar, precisamente porque huye de corsés, porque se aleja de los clichés, porque no tiene que ver con nada, ni con nadie. Por eso ha supuesto un soplo de aire fresco en mi discoteca, en mi ipod, en mi vida. Hace casi un año que me hice de La Canalla. Y ayer los volví a disfrutar para celebrarlo. Y hoy quería contároslo.