A dildo muerto

 

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Ilustración publicada en Lamuy para acompañar este artículo 

El día en que me vi mirando atónita el averiado dildo sin saber en qué cubo depositarlo, entendí que lo de reciclar se me había ido de las manos. Mi conciencia social y la imagen de una tortuga atacada por un objeto fálico flotante me podía.

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Lo que une

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Pájaros en una playa de Holbox (TC)

Lo que une no es una café a media mañana o llevarme las bolsas del supermercado. Lo que une no es amanecer sin prisas ni programar un fin de semana fuera. Anda ya. Tu teoría hace aguas por todos lados porque nada de lo que incluyes en ese catálogo de acciones por evitar acrecienta más estos lazos, los mismos que te estorban, los mismos que te aprestas a desligar.

Lo que une es que me transmitas tu ternura infinita preparando un regalo a tu princesa. Lo que une son las cervezas a porta gayola y los gazpachos esperando el regreso de un duro día. Lo que une son las risas, el Pali, la copla a voz en grito, las caóticas listas del spotify, los silbidos si hay problemas, la colección de piernas sesteantes, ésa que ya ha desaparecido.

No une lo convencional, lo que tú crees que conforma pareja, cualquier pareja, todas las parejas. Eso es lo de todos y puede llegar a ser monotonía y termina por desunir. Une la amistad, siempre: la manera excepcional o peculiar o de cada uno de ver la realidad juntos, aunque sea a cachos, aunque no sea siempre, o -gracias a Dios-, porque no siempre es siempre. Une las cosas que nos hacen sonreír y nos las contamos, las que duelen y nos la contamos, los entresijos por los que nos hacernos partícipe el uno de las cosas del otro, también de los demonios. Une lo que somos juntos el tiempo en que decidamos juntarnos para lo que quiera que decidamos juntarnos. Y el sexo si es con piel. Y los besos en la espalda. Y las apoplejías con las conversaciones sobre lo que une.

Ni siquiera une ir cogidos de la mano. Ni los cepillos de dientes, que duran un segundo en estar en el cubo de la basura. Ni «mis» gafas sobre el escritorio. Te has empeñado en huir de lo que une bajo una premisa errónea, porque mientras fintabas lo que no significa nada se fueron tejiendo otras redes; pero es que ¿sabes? ésas son inevitables, por muchas barreras que se pongan. La buena noticia es que se han deshecho ya.

Porque frente a todo eso que une, o que unía, hay más cosas que desunen, o que han desunido: esa agonía de evitar lo que une, esa alerta constante que te hace vivir como en un campo de minas, ese bloqueo que impide sola, simplemente estar. Desune no creer, no querer, no vivir, no apostar, no valorar la generosidad de estar ahí -apostando, viviendo, creyendo-. Desune sentir que todo eso no te merece la pena.

Allende las sábanas

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Marcando espacios

No me jures amor eterno. No lo necesito, no lo quiero, no me lo creo. No desgranes a mi lado todos los minutos, ni hables en futuro, siempre imperfecto. Pero no lo enfrentes levantando un muro inexpugnable que nos separe aún más de lo que lo estábamos cuando aún no nos conocíamos, ni bíblica, ni siquiera literalmente.

No te comprometas si no quieres. Yo aún no sé si lo quiero. Aún no sé qué quiero. Pero no prevengas también mis incertidumbres señalando de rojos miles de líneas, reduciendo el espacio, el tiempo, las palabras que podemos poner en común. Unilateralmente.

No te equivoques, no. No comprometerse no es ser arisco, cortante, defensivo; no comprometerse no es cercenar, no es evitar, no es fintar infinitamente. Porque saber de ti no es más que eso, amigo, saber de ti; porque intentar llevar confidencias más allá de la almohada no es más que eso, amigo, seguir charlando en torno a un café. No son cepillos de dientes sobre el lavabo ni gayumbos en la cesta de la ropa sucia…

No voy a renunciar a la complicidad, a la chispa, a la naturalidad allende las sábanas. Sin que eso conlleve listas de la compra. No voy a poner fronteras ni voy a autocensurarme si quiero preguntarte sobre aquel problema que me contaste. No tienes que sentirte incómodo con ese interés por ti, y si lo haces, es que no entiendes nada, chaval, porque estar pendiente no es más que empatía, cariño. Somos personas, amigos, amantes; amantes, amigos, personas. Y no pienso desprenderme de ninguna de esas pieles.

Y, te confieso, hasta ahora lo he hecho: he dejado el teléfono justo cuando iba a mandar ese «qué tal». Y me he llegado a sentir ridícula si alguna vez ha salido. Tus monosílabos son un parapeto tan evidente como tu locuacidad en otros momentos. Y esto no va así. Porque si no me siento cómoda, no soy feliz; si no me siento libre, no soy feliz; si no tengo iniciativa, no soy feliz. Y se trata de ser feliz. Y de ser yo.

Así que no jures amor eterno, no te comprometas, no hables en futuro, siempre imperfecto, ni en plural, pero deja la defensa siciliana, afloja los reveses, relaja. Si al follamigo le quitas el amigo, la ecuación se limita a un silbido, a un momento sin alma, prosaico, fugaz. Si no es bilateral hay uno que pierde. Y ya no voy a ser yo.