Pequeños universos

Sofá abrazador. Mi rincón

Uno de mis universos

Hay pequeños universos que son grandes porque albergan todo lo que tú eres y esperas, donde te sientes a salvo, donde tienes a mano tus cosas preferidas, donde la paz merodea y te recoge a oleadas. Hay universos que están hechos de cosas cotidianas como un sofá, unos libros, una colección de discos, un viejo delantal, fotos, un peluche en el que lloraste todos los desamores de la pubertad. Hay universos que están aquí, escondidos en una vieja calle, que son un secreto que compartes con unos pocos. Hay universos que están construidos a pedazos, los que has ido trayendo de los mundos que has descubierto, de los puertos a los que te ha llevado tu curiosidad, y que han ido encajando en una amalgama de colores y culturas que no son más que pedacitos de recuerdos de todo lo que te ha traído hasta hoy, hasta ahora, tal cual, y no de otra manera. Hay pequeños universos que son en sí un descanso y un refugio: el lugar al que terminas llamando hogar.

Hay pequeños universos en los que uno es más uno mismo (y traigo esta reflexión de Ángel Gabilondo, una delicia), donde no teme encontrarse con quien es, donde hay recuerdos, esperanzas, soledades…

Pero también hay pequeños y grandes universos que no tienen una ubicación física, que pueden ser hasta errantes. Pequeños universos  (y también grandes) que surgen cuando las risas y la complicidad con amigos abren un paréntesis (qué importante son los paréntesis) en nuestro día a día, cuando un hombro recoge tus pesares y una mirada sirve para decirte «aquí estoy, sólo silba». Pequeños universos (y también grandes) que están allí donde se encuentran las caricias, los besos, las esperanzas y los deseos; donde se comparte un exquisito menú o un trozo de queso. Pequeños universos (y también grandes) que suelen tener banda sonora . Y donde tú no dejas de ser tú porque más bien vas al encuentro de quienes te hacen también ser tú. O el tú que eres precisamente porque tienes todos esos universos.

Periodismo en vacaciones

Justo ayer. Hablaba con un amigo sobre un intento de ligar conmigo (de un tercero) y de lo poco original que había sido y me preguntó:

– ¿Y cómo tendría que haberte entrado?

No tengo mucha idea de cómo tendría que haberlo hecho (el desentrenamiento tiene estos efectos) pero sí que estoy segura de cómo no… Y era justo así…

Eso mismo me pasa con el periodismo, en una época de tanta incertidumbre, de tanta indefinición, en un momento crucial en el que tiene que redefinirse o morir: no estoy segura de cómo ha de ser y de qué manera influye toda esta vorágine que se lo está zampando, pero sí que tengo claro cómo no ha de ser. Periodismo no es vender morbo gratuitamente. Periodismo no es obviar lo que está pasando por el interés propio. Periodismo no es saltarse normas y leyes. Periodismo no es cortar y pegar noticias enlatadas. Periodismo no es seguir la dinámica de la no-noticia (el periodismo se nutre de hechos y ¿una declaración lo es?).

Llevo unas vacaciones dicotómicas y contradictorias (no podría ser de otra manera, vivo en una contradicción constante). Me he propuesto desconectar en serio y eso sólo puedo conseguirlo despegándome de mi realidad diaria: de la lectura de mis seis periódicos, de la escucha de mis matinales de radio, de los informativos de televisión; pero, en cambio, son las vacaciones en las que más me he empapado de periodismo: en mis lecturas, en mis películas re-vistas, en mis conversaciones (los periodistas somos seres endogámicos que nos rodeamos de periodistas y hasta nos emparejamos para no dejar de hablar de nuestra pasión)… Pero la tromba de periodismo, con mayúsculas y a granel, me ha llegado de la mano de The Newsroom, una serie sobre una redacción de un informativo nocturno de televisión y sobre todo lo que es y no es periodismo. Y llega a España en septiembre.

The Newsroom habla del periodismo que todos soñábamos hacer cuando nos adentrábamos en esto. Y casi podríamos catalogarla como una serie de ciencia-ficción si comparamos con la realidad. Aborda el rigor, el trabajo duro, la adrenalina, la emoción de contar historias, la responsabilidad de saber la trascendencia de tu trabajo, cuando hay personas que vertebran a partir de ahí su opinión. Es el periodismo que me enamoró y que me llevó (cuando tenía la pinta de la chica de arriba de la foto – becaria de Diario de Cádiz) a perseguir mi vocación y mi sueño. Vale que era consciente de que no saldría de lo local, de lo regional, si me apuran, pero el periodismo es periodismo sin necesidad de ejercerlo en un informativo de prime time.

Hoy el periodismo está en la UVI. Hoy nos hemos olvidado de qué era aquello de coger un teléfono. Hoy olvidamos las verdaderas historias. Hoy no hacemos periodismo. Y como llegará un momento en que esto reventará y tendremos que reinventarnos, os he ido dejando enlaces por esta entrada que son para mi como las piedras de Hansel y Gretel, que me sirven para recordar el camino de vuelta a la esencia de lo que esto es. Y no deja de ser fácil. Nos lo cuenta Kapuscinski: «Siempre el principal reto para un periodista está en lograr la excelencia en su calidad profesional y su contenido ético. Cambiaron los medios de coleccionar información y de averiguar, de transmitir y de comunicar, pero el meollo de nuestra profesión sigue siendo el mismo: la lucha y el esfuerzo por una buena calidad profesional y un alto contenido ético. El periodista tiene el mismo objeto que siempre: informar. Hacer bien su trabajo para que el lector pueda entender el mundo que lo rodea, para enterarlo, para enseñarle, para educarlo» (Los cinco sentidos del periodista).

Parece fácil ¿verdad? Pues nada más alejado de la realidad. Y ahora os dejo siete maravillosos minutos de periodismo. Siete. En vena. Para que entendáis a lo que me refiero. Y con Coldplay de banda sonora. «Es una persona. Y es un médico quien determina su muerte, no las noticias». Que la coherencia de Don suene a ciencia ficción…

Aquella noche en Cascais

El piano se hizo magia

No soy capaz de decir cuántas personas nos dábamos cita en ese hipódromo de Cascais, así que dejemos a un lado lo cuantificable, que nunca fue lo mío. Fuéramos las que fuéramos, vivimos en aquella noche –fría, húmeda– de julio una calidez indescriptible, que nos nacía en las entrañas, nos explotaba en la garganta, nos llevaba a danzar, ignorando el confort que ofrecían las sillas.

Probablemente, aquel concierto de jazz propiciaba una escucha sosegada, sentada, acompañando el compás con unos tímidos repiqueteos de dedos, con un movimiento rítmico de los pies. Probablemente, eso era lo que habían previsto los organizadores. O no. Pero lo que encontramos no fue nada de eso porque Jamie Cullum no es jazz, no es sólo jazz, no puede encorsetarse. Es música. En mayúsculas, con su tilde y con todo el respeto que despierta esta palabra y todo lo que significa para muchos, que no para todos.

La música puede hacer cosas increíbles: puede emocionar hasta la risa, hasta las lágrimas; puede arrinconarte en la melancolía o alegrarte la jornada, puede hacerte bailar y botar. Porque la música arrastra y cuando un músico de la talla de Cullum, tan pequeño, tan aniñado, hace de su piano un epicentro sísmico, consigue arrastrar a la multitud a paraísos soñados. Y ya no eres tú dueña de ti. Formas parte de ese universo único que dibuja con su maestría, con su voz, con su impecable ejecución, con su manera de sentir la música. Las notas, las escalas imposibles, los ritmos frenéticos, te toman, te llevan, te elevan, sintiendo cómo formas parte del todo, de esa comunidad, en esa noche mágica.

Y suceden momentos únicos, que paladeas en el momento, que guardas en lo mejor de tu memoria, que recuperas en ocasiones como hoy. Momentos en los que miles de voces son capaces de unirse en las mismas notas, en la misma armonía, en la misma voz. Momentos que hacen que sientas que aquella noche, en aquel sitio mágico, acompañada de personas especiales, viviste algo único que hizo que tu corazón se acompasara con los demás, que siguiera latiendo eufórico aún acabado el concierto. Y te hiciera recordar por qué merece la pena cruzar media península si el objetivo son ratos de felicidad. Aquel sí que fue un buen comienzo para unas vacaciones.

Os dejo en este vídeo el que, quizás, fue el momento más especial de todo el concierto. Llevo ese oh oh oh grabado en el pabellón auditivo, en la mente, en la retina, en las rodillas, en el paladar.