Igual ni existes, por eso es tal vez que no te busque con tanto afán. Ni para siempre, ni imprescindible. Puede que a fuerza de mitificarlo hayamos terminado por tenerlo como un imposible. O tal vez, sólo tal vez, sea todo un postureo protector, una pose; si, una pose; una coraza tejida de encogimientos de hombros, de lágrimas, de decepciones, de renuncias. No sé.
Igual ni existes. O al menos como me gustaría a mi. Sin anclajes pero rebosante de lealtad. Sin propiedades ni pertenencias pero tan complementario como natural. Sin artificios, con sonrisas al despertar; sin presiones, con siestas improvisadas; sin dependencia, con espacios propios y silencios a medias.
Ni mío, ni tuya. Sin acaparar horas, sin fagocitar espacios, dejándote estar, dejándome fluir, encontrándonos en ese hueco donde somos mejores porque lo podemos compartir; en esa intersección de conjuntos que nos permiten disfrutar del nosotros sin dejar de ser tu, sin dejar de ser yo. No quiero que a fuerza de noches obligadas deje de sorprenderme con la tibieza que desprende tu nuca.
Igual ni existes. Quien sabe. Igual no. Igual por eso no espero, no busco, no propicio. Porque hay oleadas que han de ser contenidas, cuando la entrega sólo se entiende de una manera; cuando estar es darse sin más, en esto como en todo; cuando no hay medias tintas ni estatus desdibujados.
Y sigo sin ti y no por ello menos yo. A pesar de todos. Y mientras llegas, o no (porque igual ni existes) me hago fuerte en mi vida, en mis silencios, en mis momentos, en mi soledad, que es firme, que es dulce, que es cómplice.
Sin para siempres pero sí todo para este ahora, para este todo ahora, que hay que beberse a sorbos.
Igual ni existes por eso no te busco con tanto afán. La suerte sería que terminaras encontrándome.