Tu legado y mi Carnaval

img_6106Hasta ahora, era una palabra más del diccionario. Sólo hace unas semanas sentí la dimensión de lo que engloba: ese frío sin mesura que se apodera de cada poro, de cada hueso, impidiendo que entre en calor por más que ponga empeño; ese vacío trascendental que me dice que no voy a volver a verte nunca más, ni a sentirte, ni a discutir contigo. Es una certeza que duele, que llega al centro del pecho, que explota y se retuerce, que se arraiga y no se desprende.

Orfandad.

Y no sé que hacer con esto que siento. Con esos sms que ya no te mandaré. Con esos besos que no te daré. Con las conversaciones de política que ya no tendremos. No sé mirar el Diario de Cádiz sin recordar tu militancia diaria; ni comer huevo hilado sin ver cómo lo traías cada Nochebuena, ni los huesos de santo que me regalabas en un paquetito cómplice. No sé qué hacer con este remordimiento por todo el tiempo que no pasé contigo; por las visitas y los ratos que te racaneé; por los desencuentros que dejé que nos distanciaran en más ocasiones de las que debiera.

Y por contra, canto. Canto a diario: tus canciones de la mili, tus coplas de carnaval -la peculiar banda sonora de muestra infancia-. Porque hoy y cada día, el carnaval me suena a ti, el carnaval me lleva a ti, el carnaval me recuerda a ti. A ti te debemos cada uno de las células de pasión que ponemos en esta fiesta; y las coplas añejas que nos cantiñeábamos sin que tuviéramos edad para conocerlas, como ese pasodoble de Los cristaleros o ese estribillo de Fletilla, que me pongo de vez en cuando para sonreírme de nuevo. Porque ahí estamos tú y yo felices, cómplices. El mismo Carnaval que Keco ha vivido este año como nunca, con un premio que ha compartido contigo antes que con nadie, porque es tuyo más que de nadie.

Tenían razón quienes me lo decían. Te lloro y te sonrío. Te extraño y te recuerdo con un amor infinito; el que igual no te demostré como debía. El que se ha materializado ocupando el hueco que ha dejado tu marcha y que se agranda por momentos. Te sonrío en cada pensamiento, en cada imagen, en cada copla. Te pienso y te sonrío.

Porque quiero sentirte así. Desde ahora y hasta siempre. Sentirte y sonreírte, y sonreírme porque no quiero que se nuble tu recuerdo ni mi añoranza. Y porque sé, Papá, que te fuiste sabiéndonos a tu lado siempre, agarrado de mi mano, como me pedías.

Y así transitaré del frío huérfano a la calidez de tu recuerdo. Y seguiré cantando mientras te recuerdo. Y seguiré sintiendo el carnaval como parte de tu legado. Como cuando cantaba contigo aquel «y chorreaba de aceite linaza» sin saber ni qué estaba cantando.

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Exit

jacas

Cuando las jacas. (De mi instagram)

Ha habido un referéndum.

Unipersonal.

Con un sí que es un no

Leave. Un exit

que no estaba en las encuestas

imprevisto

decepcionante.

El pueblo ha decidido

da igual por qué margen ajustado.

Y a este lado, los jefes de estado

de las tripas, del coco, del corazón,

se han reunido de urgencia

y han concluido «po vale».

Y no hay tertulias que analicen los por qué

ni artículos a los que invocar para la disolución

ni siquiera mecanismos para el cómo.

No hay respuesta al «y ahora qué»

porque no se puede disolver lo que no existía

ni siquiera la promesa de lo que pudo ser.

Ha habido un referéndum.

Unipersonal.

Y google, esta vez, no ha alertado de búsquedas masivas

a destiempo

«¿qué es una relación?»

«¿es esto una relación? ¿acaso?».

El pueblo ha decidido

Y el pueblo es sabio, libre

Un sí que es un no

Pudiera haber sido remain

Pero ha salido leave.

Y no importa por qué margen ajustado.

Exit

 

Allende las sábanas

2015-11-27 14.57.38

Marcando espacios

No me jures amor eterno. No lo necesito, no lo quiero, no me lo creo. No desgranes a mi lado todos los minutos, ni hables en futuro, siempre imperfecto. Pero no lo enfrentes levantando un muro inexpugnable que nos separe aún más de lo que lo estábamos cuando aún no nos conocíamos, ni bíblica, ni siquiera literalmente.

No te comprometas si no quieres. Yo aún no sé si lo quiero. Aún no sé qué quiero. Pero no prevengas también mis incertidumbres señalando de rojos miles de líneas, reduciendo el espacio, el tiempo, las palabras que podemos poner en común. Unilateralmente.

No te equivoques, no. No comprometerse no es ser arisco, cortante, defensivo; no comprometerse no es cercenar, no es evitar, no es fintar infinitamente. Porque saber de ti no es más que eso, amigo, saber de ti; porque intentar llevar confidencias más allá de la almohada no es más que eso, amigo, seguir charlando en torno a un café. No son cepillos de dientes sobre el lavabo ni gayumbos en la cesta de la ropa sucia…

No voy a renunciar a la complicidad, a la chispa, a la naturalidad allende las sábanas. Sin que eso conlleve listas de la compra. No voy a poner fronteras ni voy a autocensurarme si quiero preguntarte sobre aquel problema que me contaste. No tienes que sentirte incómodo con ese interés por ti, y si lo haces, es que no entiendes nada, chaval, porque estar pendiente no es más que empatía, cariño. Somos personas, amigos, amantes; amantes, amigos, personas. Y no pienso desprenderme de ninguna de esas pieles.

Y, te confieso, hasta ahora lo he hecho: he dejado el teléfono justo cuando iba a mandar ese «qué tal». Y me he llegado a sentir ridícula si alguna vez ha salido. Tus monosílabos son un parapeto tan evidente como tu locuacidad en otros momentos. Y esto no va así. Porque si no me siento cómoda, no soy feliz; si no me siento libre, no soy feliz; si no tengo iniciativa, no soy feliz. Y se trata de ser feliz. Y de ser yo.

Así que no jures amor eterno, no te comprometas, no hables en futuro, siempre imperfecto, ni en plural, pero deja la defensa siciliana, afloja los reveses, relaja. Si al follamigo le quitas el amigo, la ecuación se limita a un silbido, a un momento sin alma, prosaico, fugaz. Si no es bilateral hay uno que pierde. Y ya no voy a ser yo.

Llegar a tu destino

Constatación de la edad

Constatación de la edad

Debe ser la edad, la madurez, el pre-pureteo. Deben ser las canas, que tiñen mi pelo de tiempo y asientan en la mente sabiduría. O quizás sean las arrugas, que señalan el mapa de la vida, que acentúan allí dónde pones tú el acento (si es en el ceño fruncido o en la sonrisa amplia). Incluso tal vez sea la realidad que asoma a mi espejo, mostrándome una mujer que no creía ser mientras seguía agazapada en una chica que ya me temo que no soy.

Algo de todo esto debe ser, aún tengo que averiguar qué. Porque ya no tengo tanta prisa, sin que esto signifique renunciar a las ganas de paladearlo todo; ni tanto dolor, a pesar de que los desengaños sigan moreteando el alma y las ojeras; ni tan profundas decepciones.

Al final, las decepciones son culpa de uno. Tú te decepcionas, no te decepcionan (el reflexivo importa); por proyectar más de lo normal, incluso de lo sano, en según quien; por no darles tregua a fallar, a equivocarse; o simplemente a ser quien nunca dejó de ser.

Quizás las canas, las arrugas, el bíceps camino de colgarse son sólo las señales que te indican que estás llegando a un destino; a ese sitio donde encuentras perspectiva, donde le das importancia a las cosas sin desmesurarte en la reacción, donde encuentras sosiego en los detalles más insospechados y donde disfrutas de un inimaginable poder: el de saberte dueña de tu cuerpo y de tu mente.

Debe ser que estoy mayor cuando son estas reflexiones las que me vienen a la cabeza. Pero me he visto ante el espejo y no he reconocido a la mujer que me encontrado.

Qué fuerza tienen

Decorado de Ay Carmela en muestra de los Goya en Sevilla

Decorado de Ay Carmela en muestra de los Goya en Sevilla

Tal vez algún día, tal vez, se llene este vacío que hoy habita donde antes hubo tanto. Han sido las palabras, ya ves qué fuerza tienen, las que han barrido sentimientos y recuerdos, ilusiones y sinsabores, alegrías desbordantes y desencantos. Apenas unas palabras, ya ves qué fuerza tienen, y todo se ha desintegrado dejando lugar a la nada. No es dolor, no; ni nostalgia, tampoco; ni siquiera rencor lo que ha quedado. No. Simplemente no hay nada. La decepción tiene eso, sobre todo cuando es tan grande, desmonta los sentimientos y los relega al olvido. Y no te deja ni un pequeño resquicio que te arranque una sonrisa. Porque ya no hay nada de lo que antes había. ¿Lo había? Porque han sido unas palabras, ya ves qué fuerza tienen, las que han puesto cada sentimiento en su sitio: los tuyos donde debían estar y los míos en el justo sitio del que no debieron salir. Y tanto tiempo se resume en unas palabras, y tanta fuerza se desvanece en unas palabras y todos los recuerdos se limitan a unas palabras. Ya ves qué fuerza tienen.

Me quiero quedar

Oferta en la plaza de San Lorenzo de Sevilla

Oferta en la plaza de San Lorenzo de Sevilla

Me quiero quedar con lo que me decías, más que con lo que me dijiste, porque o una u otra esconde, si acaso, una exageración. Me quiero quedar con el camino de besos en la espalda cuando por fin creí; y cuando ese pequeño universo era una promesa de un universo mayor. Me quiero quedar con cómo he sido capaz de sentirme, después de tantos años sin sentir. Y me gustaría, por qué no, que en tí también quedara el recuerdo de algo más especial que lo que me fuiste relatando cuando poníamos punto final. Me quiero quedar con risas, con caricias, con besos, con confidencias, con conversaciones a borbotones, con complicidad, con ensamblajes perfectos, con inquietudes compartidas. Me quiero quedar incluso con esa canción que no puedo oir sin que se sucedan todos estos pensamientos. Me quiero quedar con el regusto de lo que fue más que con la añoranza por lo que nunca llegó a ser. Me quiero quedar con lo bueno, con todo lo bueno.

Porque me quiero quedar. Porque me quedo. Porque me quiero.

Agonía

Gotero

Prácticamente llevo el mismo tiempo fuera que el que estuve dentro. Prácticamente. Podría decirse que ya ha pasado mucho tiempo, he pasado página, y muchos de los que dejé como parte de un paisaje agridulce ya ni están. Si, las últimas veces que he ido a mi antigua casa apenas me han sonado unas caras. Apenas.

Escruto nombres en una lista macabra y no siento más alivio por aquellos con los que no compartí teclados, ni cigarros encadenados, ni inquietudes, ni cierres entrada la noche. Pero algunos de los que están ahí forman parte de mi vida, de mi memoria y de mis vivencias. Puede que suspire aliviada por las ausencias pero eso me hace sentirme ruin. Y no deja de ser curioso. Ruin, yo, que asisto con impotencia a esta sangría y no quienes las propician desgranando años de experiencia, desmontando veteranía, borrando memoria, obviando talento, des-descontanto horas regaladas.

No, no sólo es cuestión de nombres, que también. Los amigos son los amigos y se mezcla el desahogo de saberles a salvo con la desolación de imaginar por lo que están pasando. Tu mundo de contradicciones se hace abismal cuando se abre la caja de pandora de los sentimientos y cuando afianzas la certeza de que tu mundo se viene abajo.

Porque, aunque me fui porque muchos no me querían -ni siquiera esa casa que me duele hoy- parte de lo que soy lo debo a aquella y parte de lo que sé a muchos de los que andan luchando y dejándose la piel por los que quedan y los que deberían quedar. Hay vínculos indisolubles y mi despertar como mujer trabajadora y mis primeros años como periodista fue a los pechos de una señora respetada, que presumía de veteranía, de ser la decana del panorama, que respiraba tinta y olía a papel. Hoy veo que agoniza y no puedo más que dolerme. No por la empresa en sí, válgame Dios, no; sino por lo que ha significado para tantos y tantos compañeros que han contribuido con su trabajo y sus horas a deshora a cerca de siglo y medio de vida local.

Probablemente pensaréis que tuve suerte por irme, porque hubiera quienes confiaron en mi cuando mi confianza era insignificante y mi vocación iba cogiendo las de villadiego (y mi agradecimiento a ellos es infinito). Igual debería tener más desapego por todos los que intentaron minar mi día a día y todos los que miraban a otro lado mientras esto ocurría, incluida la empresa. Pero ahí se quedó mucho mío, ahí dejé a grandes amigos y compañeros, además de un buen puñado de sueños.

Esta sangría es injusta. El futuro que nos queda es desconcertante. Periodismo, rigor, compromiso, son palabras que se desdibujan ante la tenacidad borradora de empresas sin alma. Ya son 5.000 los que han quedado por el camino. No por ser anónimos son menos dolorosos pero cuando forman parte de tu vida o han formado parte de ella ya es desgarrador. Hoy escribo por Diario de Cádiz porque ha sido mi casa un buen puñado de años, pero es extensible mi ira, mi desolación a todos y cada uno de los compañeros, a todos y cada uno de los EREs, a todos y cada uno de los sueños de periodistas que ven sesgada su vocación como antes vieron dificultada su tarea.

Y me hice de La Canalla

Yo no tenía ni que estar en la Fnac pero, como tiene ese imán que me llama a buscar cualquier fruslería, de las que siempre tengo en la recámara de los antojos, hice escala en la tienda. Mi destino ese día era la música, pero no la música con la que me encontré. O eso creía yo.

Ese día era «El acontecimiento», Poveda cantaba en la Bienal de Flamenco, y todos: puristas y rompedores, flamencólogos y nuevos aficionados, se daban cita en La Maestranza deseosos de comprobar qué espectáculo se traía el cantaor en la chaqueta. Ésa era también mi cita (yo no soy ni lo uno ni lo otro, una simple curiosa musical) O eso creía yo.

Hoy (hace un año casi) no recuerdo qué fui a comprar ni si me lo llegué a llevar porque hoy (hace un año casi) sonrío al recordar que entré en la Fnac aquel día y, sin pensarlo, sin preverlo, sin pretenderlo, me encontré con La Canalla.

Bueno, realmente me encontré con esto que veis: un grupo de músicos apegotonados y tres colaboradores de excepción que cortaban jamón y lo repartían a los que nos agolpábamos en la pequeña sala. Pero un grupo que hacía una música distinta, que derrochaba frescura, que sonaba diferente, que no es poco en los tiempos que corren. Me llevé el disco, me fui al concierto de Poveda, desgasté el disco de escucharlo. Y me hice de La Canalla.

Anoche volví a ir de concierto con ellos y volví a sentir todo lo que descubrí aquel día, hace ahora casi un año. Puede que, como ayer, los acordes que había escuchado en el disco (y casi había memorizado) no se reconozcan tal cual en el directo. Porque en vivo, la música fluye, los solos de trompeta se desdibujan y vuelven a dibujar, las piezas a piano se acompasan y aparsimonian, y las genialidades de Chipi salpican momentos en que la magia de la música te envuelve sin más. Porque La Canalla es improvisación, es fuerza, es diálogo, es diversión. Es sentir que la música es algo que te hace dejarte llevar (por el universo infinito de las cosas), que te empuja a dejarte llevar.

Y lo que queda es la poesía; a veces absurda, a veces capaz de rozarte el alma. Y las palabras, seleccionadas primorosamente por un amante de las letras que las va engarzando en un abalorio rico y colorido que te hace reencontrarte con ese gusto por el contenido, más allá de la melodía. Pero también queda la melodía, la música, variada, diferente, mixta capaz de emulsionar el jazz con la copla con el tango.

La Canalla es difícil de catalogar, precisamente porque huye de corsés, porque se aleja de los clichés, porque no tiene que ver con nada, ni con nadie. Por eso ha supuesto un soplo de aire fresco en mi discoteca, en mi ipod, en mi vida. Hace casi un año que me hice de La Canalla. Y ayer los volví a disfrutar para celebrarlo. Y hoy quería contároslo.