No nos dio tiempo de sabernos las cicatrices, aquellas que tatúan el cuerpo, que las de las almas llevaría una eternidad. No nos dio tiempo de entrelazarnos en lo cotidiano porque todo tuvo algo de fortuito, de fugaz. No nos dio tiempo de empezar cuando ya estábamos acabando. Así ha sido esta vez, así fue recién, y hasta casi que recuerdo.
Nunca da tiempo de proyectarse en el calendario porque son historias sin más, de una sola hoja; ni de sabernos uno nada del otro porque apenas desgajamos la complicidad de un encuentro. Nunca da tiempo de hablar en plural porque nunca llega a tratarse de nosotros.
Igual alguna vez dé tiempo. Quien sabe. En algún momento, a lo mejor hay alguien que se quede. Tal vez. Igual, algún día, un osado quiera explorar mañanas de periódicos y cafés concatenados sólo porque desee alargar el tiempo de las noches entre sábanas blancas. Puede que, sin buscarlo, un propio encuentre acomodo entre estos cojines que me hablan de África para recorrer sin moverse maratones de cine, preludio de una cama que se extiende desde el whatsapp casual para saber de mi. Alguien que quiera también abrirme su casa para que la radio, la charla y el chup chup de un guiso se entremezcle en mañanas de domingo sin más vocación que estar así, que reír y hablar.
Y no lo echo de menos. No tiene sentido. No puedes extrañar lo que nunca has tenido. No puedes añorar la complicidad que nunca has regalado ni de la que jamás te han hecho partícipe. No tiene lógica que pienses que sería bueno algo que no sabes cómo es. Porque igual no es bueno. Igual aburre. O tal vez no. Pero igual, alguna vez, dé tiempo.