Resulta que es fácil

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Veo corazones por todos lados (de mi IG)

Nunca nadie quiso quedarse. Nunca nadie despertó mi inquietud para compartir espacios, vida y actividades.

Nunca. Nadie. Idas y venidas tormentosas. Relaciones compartidas -injustas y tóxicas- usurpando tiempos y conformándonos con lo mínimo. Amores dubitativos, nuevos conceptos que retuercen algo tan simple como estar. Barreritas que se ponen a la cotidianidad. “No te enamores” de quienes se suben a la atalaya de la condescendencia, de la superioridad del no sentir.

Nunca. Nadie. Amoríos trashumantes, noches finiquitadas y poca opción a asentar elementos que pudieran unir más allá del desayuno.

Y una vida llena, a pesar del vacío que todos ven. Llena de ratos con mis amistades, de risas, de viajes compartidos; llena de libros, de música, de chocolates en Le Poeme; llena de actividades propuestas y a proponer, de exposiciones. Llena también de cosas: de ropa, de recuerdos de viaje, (también aquí) de libros. Llena de ganas de estar y de ser. También madre.

Porque estar sola y disfrutarlo es una opción. Porque estar sola y vivirlo hace que te plantees mucho renunciar a todo lo que te aporta estar sola en caso de que llegue alguien que te acompañe.

Y nunca nadie quiso acompañarme.Y nunca por nadie quise renunciar a mi vida llena.

Pero resulta que es fácil acompañar y hacer hueco. Resulta que es fácil compartir y estar: sin barreras, sin renuencias, sin advertencias, sin atalayas. Y no por ello renunciar a tu vida llena.

Resulta que es fácil deshacerse de cosas, acomodar armarios, hacer de mi casa nuestro hogar, planificar actividades. Resulta que es fácil, que no hay tormentos, ni toxicidades, ni dudas; que todo fluye y encaja. Resulta que era fácil también dejarse ayudar y apoyar; y dejar de demostrar que se es capaz de todo.

Y aquí ando hoy con medio armario menos, pero con lecturas y músicas añadidas. Redecorando una casa que tiene uno, dos o cuatro habitantes dependiendo del día del mes, pero que está llena de complicidad, independientemente de quien esté. Un espacio vital que alberga trabajo, tareas escolares y tardes de parchís, cuando sólo estuvo pensada para uso exclusivamente unipersonal.

Y aquí ando yo, pintando de colores la palabra “madrastra”; llenándola de besos, de risas y de generosidad. Y conste que la generosidad es la de ellos tres. Porque hacer hueco en una casa es nada si se compara con hacer hueco en una familia.

Y aquí ando yo, comprando belenes y adornos de navidad, descartando también mi faceta de Grinch (de Greenwich, que me dice Mónica) porque sé que esta navidad es para ellos.

Y, sobre todo, resulta que es fácil acompañar sin renunciar a ser tú, todo lo tú que eras antes de ser acompañante, sin renunciar a lo esencial que hizo que se acercara, que nos unió. Acompañante, mejor que compañera, porque quiero renovar cada día la vocación de estar y compartir, de sentir y reir, de disfrutar;quiero que no decaigan los nervios por verle o la ilusión de contarle cosas porque nos coma el día a día.

Así que, aquí ando yo, brindando por lo vivido y por lo que queda. Por los besos a deshora, el acompañamiento a 600 km, la vida compartida. Brindando por la puntualidad de renfe, las listas de la compra del iphone, los libros regalados, las canciones bailadas en el salón, los coloretes pintados; por los sitios descubiertos y por descubrir, la bebida, la comida. Por los amigos compartidos, las bodas, los ramos, las risas, los llantos. También por las dificultades, que nos robustecen y consolidan, reafirmándonos en que estamos justo donde queremos estar.

Así que, aquí ando yo, brindando por la calidez de su cuello, la que me habla de hogar, de paraísos, de refugios. Así que, aquí ando yo, brindando con chocolate de Le Poeme, el mismo que, vestido de anonimato, me convirtió en acompañante.

P.D: Artículo publicado en la revista Lamuy nº 16 en febrero de 2019 pero escrita en noviembre de 2018 (contextualícense las referencias navideñas)

El hombre de la mujer mojarrita

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Pancarta en el 8M (de mi IG)

Hay un hombre para la mujer mojarrita, un hombre que sabe y que espera, que no asfixia pero está siempre ahí, que no constriñe pero acompaña. Es consciente de que su hábitat (el de ella) es el mar y la libertad pero también de que concibe la lealtad como la cualidad que rige su mundo y nunca le fallará.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que camina siempre con ella, hombro con hombro; que la mira de frente, que evita la condescendencia, el paternalismo, la protección. Tan malo es mirar de arriba hacia abajo como de abajo hacia arriba cuando se reconoce ante una igual.

Hay un hombre para la mujer mojarrita que también cede el paso. Y no por caballerosidad sino porque sabe cuándo es el su momento (de ella), entonces se retira discreto y contribuye desde un segundo plano a que se desarrolle y sea.

Hay un hombre para una mujer mojarrita orgulloso de mujeres que luchan, que piensan, que tienen conciencia, principios, independencia y poderío. Que no se siente amedrentado sino feliz. Que se asombra de las imágenes sin mujeres, que corrige los tics más profundos que habitan en el subconsciente con una tozudez que emociona.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que comparte listas interminables -de compras, de temas pendientes, de estocaje-, que se implica sin atosigar en los proyectos más vitales, que disfruta planificando en un día a día de pura logística compartida.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que propone más actividades que días libres tienen, que copa la agenda de exposiciones por ver y conciertos por susurrar, que tiene previstas ferias, fiestas y saraos porque disfrutar es también hacerlo juntos.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que se sabe sensible, que siembra de detalles el día a día, que se escapa a seguir regalando chocolates sólo porque sabe cómo le hace a ella de feliz. Un hombre que riega de carcajadas unas ocurrencias y se descubre temblón con las otras, sin ocultar ni un ápice las emociones que experimenta.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que baila en el salón, acapara la cocina, calienta la cama y le canta pasodobles para despertar.  Que le descubre que ella es una mujer mojarrita, quizás la mujer que siempre soñó ser, quizás la mujer por la que siempre peleó ser, quizás la mujer en la que ni ella misma habría osado reconocerse si no le cantara siempre el pasodoble para despertar.

Hay un hombre para una mujer mojarrita que es acompañante, mejor que compañero. Porque frente a largos plazos, es capaz de despertarse cada mañana renovando su compromiso y la vocación de estar a su vera, acompañarla un día más en toda su complejidad y construir ese largo plazo desde un osado día a día.

Disculpas a Miguel Ángel García Argüez por retorcer su maravilloso concepto de mujer mojarrita de esta manera