No, ni tienen una diéresis, ni albergan un diptongo, o un hiato, no. No contienen ninguno de estos elementos que pueden hacerla sofisticada, distinta, distinguida, exótica, no. Igual ni siquiera son perfectas, en el delicioso concepto de perfección de las palabras que puedan tener algunas personas. Son palabras -hay palabras- simples, cotidianas, casi manidas que pasan desapercibidas en nuestro día a día pero que contienen tanto que casi da vértigo echar mano de ellas.
No es tanto la palabra en si: cinco letras, tres vocales, dos consonantes y ni una mísera tilde; sino todo lo que alberga en ella. Amigo es una palabra que, más allá de vocales y consonantes, está compuesta de un tanto de lealtad siciliana, de solícita disposición a estar ahí (sólo estar ahí, para cuando haga falta), de regalar payasadas en los momentos de tensión, de abrazar sabiendo que vas a arrancar las lágrimas que se están conteniendo. Amigo es una palabra que ostentan personas que me han acompañado toda mi vida o parte de ella pero para las que soy importantes y que son importantes para mi. Amigo es una palabra que sólo puede otorgarse a ciertas personas, aquellas con las que has construido universos y que te han visto crecer, reír y llorar. Un amigo (o amiga) no es un conocido, no es un allegado, no. Un amigo es una persona que te toma de la mano, que te acompaña y que te conoce. Hay personas a las que llamo amigos (y amigas) y no es un término que regale a destajo, no.
Imaginad cómo me siento cuando alguien me llaman amiga, probablemente sin saber el peso y el respeto que esta palabra tiene para mi. Imaginad el vértigo, el peso de la responsabilidad, la hiperventilación, si me apuran. Es un apelativo que se debería dar en una ceremonia, con toda la solemnidad, porque quien lo otorga está confiriendo un importante papel en su vida. Regalar «amigos» debería estar penado, como regalar «te quieros».
Hoy cumple años MI AMIGA (en mayúsculas, oiga). Felicidades, Gordita.