Bienvenidos mis 41

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Por mis 41 (de mi IG)

Cumplí 40 asomándome a unos ojos a veces melancólicos, a veces entusiastas, siempre bañados de deseo; dejándome abrazar por letras, por música, por poesía; rodeada de amigos, y amigas, de quienes cruzan penínsulas con chaparrones de risas y complicidad;  y con mi familia siempre atrás, soportándome incondicional.

Cumplí 40 enamorándome. Y lo celebré allende y aquende las sábanas sintiendo más de lo que me permitía sentir. Nunca supe ponerme límites y por eso, en otras ocasiones simplemente evité.

Y con un gerundio que nunca llegó a presente, enfilé uno nuevo, el del des (enamorándome); sin dejar que la desilusión, los porqués, las añoranzas no previstas, o el espejo de frivolidad desde el que me enmarcaban, desmontaran esta serenidad de la que me he ido pertrechando de a poco durante los 39 años previos. Los desengaños siguen doliendo pero se amortiguan sin tantos dramas. Y tampoco esta vez permitiré que las cicatrices puedan extenderse hasta las ilusiones.

Avancé los 40 estrenando orfandad, descubriendo que la Ley de Vida y la inevitabilidad que se supone a ciertas etapas de tu vida no descargan el peso de la certeza de no verle más, ni la añoranza; ni menguan un amor infinito que se hace más presente con su ausencia.

Y me agarré a la vida. Aún más. Exprimí el Carnaval, la Feria, las fiestas, hasta la Semana Santa. Saboreé los platos, los vinos, las cervezas. Disfruté con charlas en la proa y salpicadas de espuma, dejándome acariciar por el sol; me seguí maravillando con un buen libro; descubriendo nuevas músicas, abandonándome a la melancolía de las conocidas y a la euforia de las que sé que me hacen bailar.

En los 40 se diluyeron amistades que entendía sólidas y se hicieron férreas algunas más recientes. Los porqués y el dolor de la marcha de las primeras se terminan compensando con la entrega de las que llegan: omnipresentes, solidarias, disfrutonas, especiales. Y con la consistencia de las que siguen a mi lado, las de siempre, las que están como una certeza indisoluble que me apuntala a lo que soy.

Comencé los 40, los mismos que ando terminando, con la resolución de cumplir sueños, de aquellos que he ido postergando durante años sin ser consciente del paso del tiempo y la errónea disposición de prioridades. Los había dejado en una cuneta, y con ello parte de lo que quería ser.

Enfrento ahora prácticamente los 41 queriendo seguir aprendiendo, queriendo seguir viviendo, con toda la rotundidad… sin que eso me vista de superficialidad. Enfrento los 41 con un sosiego que se me ha ajustado a la piel y ha atemperado mi alma.

Llegaré a los 41 sin que me avergüence sentir (ni enamorarme ni desenamorarme) porque forma parte de este no dejar que el miedo me paralice y me hurte experiencias. Porque los posos que asoman en mis arrugas, en mis sonrisas, en mis caricias, en mis conversaciones y hasta en mis cartucheras tienen cada segundo de vida, desengaño, aprendizaje, viaje, aventura, amistad, risas que me ha traído hasta aquí.

Y me siento cómoda: con los posos y con las arrugas. Bienvenidos mis 41.

Sin piedad

Escultura en el Museo de Miami

Escultura en el Museo de Miami

La vida es también medirse: sin más vara que la que tú te has confeccionado, distorsionada, atroz. La tuya es la más dura de las varas, la más exigente de las pautas, la más intransigente de las percepciones.

La vida no es más que medirse: ser consciente de hasta dónde puedes llegar, conocer tus límites (y no es sólo en lo profesional). Hasta que no estés allí no sabrás que ése es tu nivel de incompetencia; en el caso de que seas capaz de identificarlo.

Medirte es una tiranía autoimpuesta en la que eres verdugo y castigado, en la que no hay margen ni piedad: «yo tengo que poder con esto» aunque te tiemblen las manos y el alma, aunque el vértigo te lleve al filo de la claudicación, aunque hipoteques tu vida en el intento. Sin saber si realmente hay un sitio en el que parar; una pared en la que poner el pie y rebelarte o si en medio de un reto suena un silbato que te avisa: «ya es suficiente». Fin del partido.

Los que cuestan son los retos que nos imponemos nosotros y la que machaca es la soberbia de no reconocer las derrotas, ni asimilar e integrar los errores, que no dejan de ser parte de tu aprendizaje. Son los errores, los que se tatúan en tu memoria y te llegan a mortificar, cuando no son los que te agarran de los tobillos, te bajan de allá donde te encuentres, recordándote tus limitaciones. Son los errores una parte tan importante de lo que eres como lo son los aciertos: el yin y el yan; la dicotomía que te hace crecer y evolucionar en la alegría y en la tristeza, en la prosperidad y en la adversidad. Siempre que tengas un atisbo de humildad, el justo para reconocer que tú también te equivocas.

Y hay errores que duelen más que otros: los que conllevan hacer daño a las personas que quieres, perjudicarlas de alguna manera. Esos pesan, se pegan a la chepa, se agarran a la almohada, te abocan al desvelo cuando la responsabilidad no se limita a tu ámbito sino al más allá, cuando hay quienes dependen de ti, cuando te han encomendado intereses ajenos. Pero estos errores que se pegan a la chepa y que te jalan de los tobillos no pueden atarte para siempre, dejarte clavado al suelo, sin permitirte dar ni un paso nuevo, no ya volar. No pueden invalidarte ni bloquearte porque te hayan desprovisto de un plumazo de todos los puntos que pudieras conseguir en esa exigente medición a la que te sometes

La vida no es más que medirse. Aflójale tantito.