Llegar a tu destino

Constatación de la edad

Constatación de la edad

Debe ser la edad, la madurez, el pre-pureteo. Deben ser las canas, que tiñen mi pelo de tiempo y asientan en la mente sabiduría. O quizás sean las arrugas, que señalan el mapa de la vida, que acentúan allí dónde pones tú el acento (si es en el ceño fruncido o en la sonrisa amplia). Incluso tal vez sea la realidad que asoma a mi espejo, mostrándome una mujer que no creía ser mientras seguía agazapada en una chica que ya me temo que no soy.

Algo de todo esto debe ser, aún tengo que averiguar qué. Porque ya no tengo tanta prisa, sin que esto signifique renunciar a las ganas de paladearlo todo; ni tanto dolor, a pesar de que los desengaños sigan moreteando el alma y las ojeras; ni tan profundas decepciones.

Al final, las decepciones son culpa de uno. Tú te decepcionas, no te decepcionan (el reflexivo importa); por proyectar más de lo normal, incluso de lo sano, en según quien; por no darles tregua a fallar, a equivocarse; o simplemente a ser quien nunca dejó de ser.

Quizás las canas, las arrugas, el bíceps camino de colgarse son sólo las señales que te indican que estás llegando a un destino; a ese sitio donde encuentras perspectiva, donde le das importancia a las cosas sin desmesurarte en la reacción, donde encuentras sosiego en los detalles más insospechados y donde disfrutas de un inimaginable poder: el de saberte dueña de tu cuerpo y de tu mente.

Debe ser que estoy mayor cuando son estas reflexiones las que me vienen a la cabeza. Pero me he visto ante el espejo y no he reconocido a la mujer que me encontrado.

Besos como proclamas

Días en rouge

Días en rouge

No volaron mariposas en la tripa pero sí el vértigo de volver a sentir. No era el preludio de nada grandioso ni perdurable pero sí darle una oportunidad a lo que quisiera que llegara a ser (o a no ser). No fue un gran beso, apenas uno rápido, que sonaba a trámite aderezado con excusas, pero arrancarlo fue todo un manifiesto, arraigado de convicciones: no iba a dejar de intentarlo.

No, no iba a desistir por mucho que el corazón apenas se hubiera ensamblado desde la última vez que se hizo añicos. Las cicatrices no podían extenderse hasta sus ilusiones. No debía volver a dejar que ese hielo, ciertamente protector, terminara siendo su hogar, por muy cómoda que se hubiera sentido durante años en ese invierno. No podía dejarse vencer; tampoco por los que pisotearon su entrega. Apretó los puños y se dijo «volveré a caerme con todo el equipo».

Y con esa conciencia de montaña rusa estampó ese beso. Y se quedó en sólo eso. No dio para más. Y nadie más supo que sí; que fue mucho más: la proclama de que no iba a darse por vencida. A pesar de las veces que pisotearon su entrega. A pesar de que volvió a caerse con todo el equipo.